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Líbano Las profundas heridas de Líbano nunca se cierran

Aunque hace solo unos meses casi nadie imaginaba que la situación libanesa pudiera deteriorarse más, la realidad ha demostrado lo contrario. Las crisis política y económica han conducido al país al peor momento de su historia reciente.

Un manifestante antigubernamental lleva una bandera libanesa mientras otros manifestantes queman neumáticos para bloquear la carretera principal durante una protesta contra los cortes de energía, el alto costo de vida y el bajo poder adquisitivo de la lib
Una bandera libanesa y la quema de unos neumáticos durante una protesta contra los cortes de energía, el alto costo de vida y el bajo poder adquisitivo de la libra libanesa. EFE

La crisis de Líbano cada día se aproxima más al colapso general. No es una amenaza nueva pero en las últimas semanas se ha agravado de manera excepcional, como puede observarse a diario tanto en Beirut como en otras muchas localidades de este pequeño país que sufre una maldición bíblica desde hace décadas.

Un informe de Le Figaro señala que la rampante pobreza obliga a muchos libaneses a recurrir a las ayudas en la alimentación para poder sobrevivir y que una parte considerable de la población sueña con abandonar Líbano con destino a los países que quieran acogerlos, como Canadá, Australia o los Emiratos Árabes Unidos.

El desplome de la moneda ya ha cruzado el umbral de las 10.000 libras con respecto al dólar, lo que ocurrió a principios de marzo, llevando a la libra a una devaluación del 666 por ciento en apenas unos meses. El salario de funcionarios y militares se ha hundido y es claramente insuficiente para afrontar las necesidades más básicas.

Hassan Diab, que dimitió hace siete meses, y continúa provisionalmente al frente de un gobierno en funciones que no funciona, ha indicado que el país "está a punto de explotar", una advertencia innecesaria para cualquiera que observe la situación desde el borde del precipicio donde se encuentra, y en especial su parálisis política.

Beirut mismo está desmoronándose. El centro de la capital presenta un aspecto tétrico que se agravó con la poderosa explosión en el puerto el pasado 4 de agosto. Muros y ventanas siguen sin repararse y es difícil creer que en tiempos lejanos Beirut fue una ciudad vibrante y próspera. Las esperanzas de reconstruir lo destruido son una utopía en la que nadie confía.

Numerosas paredes están llenas de grafitis que exigen la caída del peculiar régimen con el que se ha gobernado el país desde que acabara la época colonial francesa. Una oligarquía sectaria que únicamente se cuida de sus propios intereses constituye uno de los grandes problemas del país, pero todos saben que la oligarquía no dejará el poder por propia iniciativa.

La injerencia extranjera tampoco es un fenómeno nuevo. El último en meter la cuchara ha sido Emmanuel Macron. Seguramente su intención era buena, pero es sorprendente que el presidente francés busque resolver esa crisis sin resolver previamente los problemas de fondo, especialmente la ocupación israelí de los territorios palestinos, un elemento que incide en prácticamente todos los conflictos de la región, incluido el libanés, y que Macron y sus colegas europeos ignoran deliberadamente.

En el último año la economía se ha contraído en un 26%

En el último año la economía se ha contraído en un 26%, una cifra alarmante si se compara por ejemplo con la Gran Depresión, cuando Estados Unidos necesitó que pasaran cinco años para experimentar la misma contracción. Y lo más grave es que ese dato está exacerbando las enormes desigualdades ya conocidas.

La crisis que experimenta Líbano ha exasperado la desigualdad hasta el extremo

Si Líbano era antes uno de los países del mundo más desiguales, la crisis que experimenta ha exasperado la desigualdad hasta el extremo. Los ricos que poseen riquezas estratosféricas y desconfían de la economía local, han sacado sus capitales al extranjero, un territorio más seguro, mientras que los pobres han pasado a depender en muchos casos de organizaciones caritativas y religiosas para subsistir. Según la firma Information International, el número de asesinatos registrados casi se duplicó en 2020 en relación a 2019.

En cuanto a la clase media, que floreció en lejanos tiempos propicios para la "Suiza de Oriente Próximo", se está evaporando por dos motivos. Por un lado están engordando la categoría de los pobres mientras que por otro lado emigran a la que se presenta la menor oportunidad. Miles de empresas han cerrado, despidiendo a trabajadores que se han quedado sin ingresos justo en un momento en que la inflación está fuera de control.

Una terrible devaluación

Funcionarios, maestros y pensionistas tienen unos salarios y pensiones que han perdido casi su valor completo. El salario mínimo, que hace unos meses equivalía a 400 euros, ha pasado a ser de 60 euros y sigue bajando. En este contexto, quien logra un visado o tiene un pasaporte extranjero pone tierra de por medio.

La terrible devaluación afecta también al ejército, una institución fundamental, donde el sueldo medio de 750 euros ha pasado a ser de 110 euros en poco tiempo, la misma cantidad que para los agentes de la policía. El jefe del ejército, general Joseph Aoun, ha advertido contra la presión que están sufriendo soldados y oficiales, que en su opinión puede conducir a una "implosión" debido a que "los soldados tienen hambre igual que la gente".

El general Aoun ha dicho esta semana que a los políticos "no les importa" que el ejército funcione o no. En realidad, si el ejército también se colapsa el futuro podría ser una vuelta a la guerra civil. La inseguridad y la delincuencia crecientes, con tanta gente con un nivel de pobreza máxima, es otro elemento que refleja la destrucción del tejido social.

El ejército niega que esté habiendo deserciones pero algunos medios libaneses aseguran que este es el caso y que los soldados sencillamente tratan de buscar otros empleos que les permitan sobrevivir, lo que no es fácil en las circunstancias actuales.

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