santiago
Actualizado:El nacionalismo gallego es la corriente política más desvalida y castigada por la historia. Su energía nace tanto de la conciencia de la opresión a un pueblo como, lógicamente, de la desesperación.
Mientras las instituciones políticas de catalanes y vascos siguieron en territorio francés, en el caso gallego nuestros exiliados no pudieron refugiarse en el Portugal de la dictadura de Oliveira Salazar. Y el Atlántico es muy ancho.
La fractura en el galleguismo se dio enseguida entre dos posiciones personificadas en Castelao: el exilio, y Ramón Piñeiro: el interior; una tenía la esperanza de una intervención aliada tras la guerra europea y la otra ya asumía la estrategia de los aliados, quienes protegerían a Franco. La ruptura y la enemistad tuvieron consecuencias definitivas en el devenir del nacionalismo hasta nosotros.
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El exilio, Castelao y el republicanismo gallego, todo desapareció en el purgatorio de la historia. En el interior del país el galleguismo derivó en dos proyectos, uno el de Piñeiro y el grupo Galaxia, que se adaptó a las condiciones históricas existentes hasta concluir en la identificación con las nuevas instituciones tras la muerte de Franco: Domingo García Sabell como delegado del Gobierno central y Xerardo Fernández Albor como presidente de la Xunta resumen tal estrategia. La identificación del proyecto con las instituciones existentes hizo que lo que hubiera de proyecto político en el piñeirismo concluyera, pues ya fue ejecutado. Es lo que hay.
El otro proyecto, la UPG, nació entre universitarios gallegos en Madrid, lejos del doctorado que conducía férreamente Piñeiro en Compostela. Nace en una gran soledad y orfandad política y tampoco podía tener continuidad con el galleguismo republicano, la política cívica era imposible ejercerla desde 1936 y la única inspiración posible era la del marxismo revolucionario. Y, en una sociedad a la que se le cortó la modernización de las estructuras económicas y encerrada en la ruralización, fue natural la identificación con las sociedades preindustriales y sus movimientos de liberación anticolonial.
A partir de 1972 y las luchas obreras y una posterior difusión territorial por universitarios, se creó una pequeña organización muy combativa que utilizaba luchas locales para darles dimensión nacional gallega. Conflictos como los de las parroquias de As Encrobas o Baldaio fueron presentados como luchas de país. Y los obstáculos para ejercer la política hicieron que la UPG fuera imaginativa, nació una organización ambigua y flexible, la AN-PG.
La transformación del Estado tras la muerte de Franco cogió a la UPG, y también al PSG, organización de menor entidad inspirada por Piñeiro, a la intemperie. La Transición fue un proceso conducido dentro del bloque tutelado por los EUA tras una sorpresiva Revolución de los Claveles en Portugal que preocupó al dominio norteamericano. La restauración borbónica y la Reforma política se concibieron como un sistema representativo tutelado por los militares con un juego político limitado, básicamente entre UCD y PSOE. Un partido como el PCE tuvo capacidad para maniobrar y hacerse un lugar gracias a la experiencia, implantación y a su esforzada militancia. Y gracias a dar garantías de aceptación de la Reforma. El nacionalismo gallego, de izquierda, no supo hacer una lectura idónea de la realidad social y de la coyuntura histórica. Tras conseguir su legalización, el espectacular fracaso electoral fue difícil de digerir, evidenciaba la distancia con la sociedad, su inmadurez y soledad política.
Tras ese choque, la UPG y la AN-PG, que se habían presentado electoralmente como BN-PG, vivieron convulsiones internas y dos escisiones, una fue la reafirmación ideológica en el marxismo leninismo, el PGP liderado por Xosé Luís Méndez Ferrín y Xosé González. Otra, el POG, intentó replantear la política, conducida por el ingeniero y economista Camilo Nogueira. Y el PSG se partio por la mitad. La figura de referencia, Xosé Manuel Beiras Torrado, catedrático, formado bajo Piñeiro, se retiró. Una parte ingresó en el PSOE y la otra continuó sin rumbo claro.
Tras las primeras elecciones vino la lucha por la autonomía, que en principio le correspondía y que estaba siéndole negada tras un acuerdo entre UCD y PSOE. Un momento de convulsión y movilización ciudadana como no se había vivido, aunque para el nacionalismo gallego fue un trance doloroso.
El grupo de presión conducido por Ramón Piñeiro actuó en ese momento con el nombre de Realidade Galega e hizo un llamamiento para reclamar unitariamente la autonomía que le correspondía a Galicia como nacionalidad, según la propia Constitución. Los medios de comunicación y las estructuras locales de los propios partidos estatales apoyaron la reclamación, y ese era el sentimiento social mayoritario. Los seguidores de Piñeiro pasaron a ser galeguistas históricos y se les reconoció una autoridad moral que administrarían en los años siguientes conforme se fueron creando las nuevas estructuras autonómicas.
Mientras tanto, la izquierda nacionalista en su conjunto quedó al margen. El muy minoritario POG participó activamente en la campaña, pero el grueso del nacionalismo conducido por la UPG se posicionó en contra. Consideraba que la autonomía era una imposición colonial. Ese desencuentro del sector mayoritario del nacionalismo con el momento histórico fue también un grave desencuentro con la sociedad. El cruce de posiciones se escenificó con una tractorada convocada por Comisións Labregas el mismo día de las grandes manifestaciones a favor de la autonomía. El nacionalismo se retrató así en su conjunto, no aceptaba reconocer ni el nuevo tiempo ni la realidad de un nuevo marco político. Y los tractores eran su arma y su imagen, en la identificación con el campo frente a las ciudades.
Tras aprobarse finalmente un Estatuto, el POG y el PSG existente animaron a recrear el PG y montaron una coalición que se presentó, con buen resultado, en las municipales: Unidade Galega. Un nacionalismo gallego amplio que apostaba por la autonomía y que chocaba con la postura de la UPG. Internamente inestable, se rompió. El POG evolucionó y se transformó en Esquerda Galega, EG.
La UPG buscó una salida pragmática a la situación en la que estaba al negar la autonomía y decidió concurrir a las elecciones autonómicas e incorporarse al nuevo juego político. Pero los partidos españoles impusieron un obstáculo excluyente, el deber de jurar la constitución. El diputado de EG, Camilo Nogueira, optó por hacer una promesa señalando que era obligada, pero los tres diputados de la coalición BN-PG con el PSG, que había vuelto a oscilar hacia la UPG, no aceptaron eso y fueron expulsados. Sólo el diputado Carlos Mella secundó los intentos de Nogueira de modificar el reglamento para que se reincorporaran. Esa maniobra del españolismo de izquierda y derecha y la decisión que adoptaron en esa situación esos tres diputados retrasó de manera decisiva la evolución política del nacionalismo.
Favoreció la constante deslegitimación del nacionalismo gallego, negándole legitimidad democrática e incluso el derecho a existir. Exagerando contradicciones, ocultando virtualidades, y adornándolo de los defectos que, acaso, las demás corrientes políticas no tienen.
Tras la expulsión de los otros tres diputados de la izquierda nacionalista, el papel de EG en el Parlamento gallego fue clave. Decidió aprovechar al máximo las posibilidades de la autonomía y afrontar los desafíos tras la entrada en la Unión Europea, una entrada en condiciones muy perjudiciales para nuestros intereses. Fue Nogueira quien formuló la relación con el Norte de Portugal, políticas industriales, protección del campo, denuncia de la marginación de Galicia en el mapa de las comunicaciones, la escasa financiación… El trabajo político en las instituciones de Esquerda Galega, luego replanteada en PSG-EG con la fusión con el PSG restante, que había vuelto a oscilar hacia el lado contrario, fue percibido por la sociedad como un nacionalismo adaptado a su tiempo. ¿Fue trabajo perdido y olvidado totalmente o alimentó la idea de un nacionalismo con disponibilidad y capacidad técnica para afrontar los problemas concretos del país?
Esa línea política nunca dejó de ser una herejía para la mayoría del nacionalismo, la UPG conservaba la autoridad moral de las siglas fundadoras e implantación organizativa y territorial, y el PSG-EG finalmente perdió en esa competición. Pues la UPG, después de la expulsión parlamentaria y de verse inicialmente en fuera de juego, replanteó la propuesta creando el BNG en 1982, con el que pudo ir evolucionando desde el resistencialismo a una adaptación a las reglas del juego. Se podría decir que el nacionalismo gallego en la década de los ochenta y los noventa estuvo roto entre esas dos organizaciones, repartiéndose producción política y capacidad organizativa, software y hardware.
Aquel BNG de 1982 se fundó sobre dos patas, la organización que aportaba la UPG y el atractivo de la figura de Beiras, quien, tras vivir una crisis personal, se reincorporó a la escena política en una nueva fase. Nunca desapareció esa dualidad entre una organización compacta y la soltura de Beiras, hasta una ruptura traumática.
Tras la disolución del PSG-EG y la integración en el BNG de buena parte de sus miembros con Camilo Nogueira, la organización vive un momento de fortaleza que coincide con una crisis de la organización gallega del PSOE, y se sitúa en 1999 como primera fuerza en la oposición y consigue un eurodiputado.
Sobreviene la catástrofe del Prestige y aparece el 'Nunca Máis', una experiencia política que es puro nacionalismo gallego. Lo que podía haber sido cosa de ecologistas y marineros se transformó en una respuesta nacional gallega, se trataba de 'a nosa costa', 'a nosa terra', 'o noso país'. La identificación de la ciudadanía con el mundo rural como alma del país en aquel momento ya era muy débil, los problemas de nuestra agricultura ya no eran percibidos como problemas de país, pero persistía la identificación con el territorio. 'A terra', el mito de los gallegos, siguió evolucionando y a esa altura ya estaba penetrado de conciencia ecológica. La aventura del Xurelo años antes había animado esa concienciación.
El 'Nunca Máis' fue una iniciativa del BNG. Y nació de un dilema político y de un desacuerdo interno, siendo el inicio del camino que condujo a una ruptura entre la UPG y Beiras. En aquel momento Manuel Fraga Iribarne tenía mayoría absoluta, un dominio total de los medios de comunicación públicos y privados y había adquirido legitimidad política con un discurso galleguista. El viejo falangista se había convertido en un verdadero presidente de la Xunta de Galicia con peso político en el Estado. Y así había sido reconocido por las fuerzas de la oposición que tras la sorpresa inicial pasaron a respetarlo y tratarlo. Un verdadero, y asfixiante, reinado.
Beiras también se retrató con él y como esa relación era trascendente y difícil de asimilar para una organización de radical antifranquismo, causó disgusto interno. Beiras, por el contrario, valoraba esa relación personal. El reconocimiento mutuo era tan delicado para el uno como para el otro; también el viejo franquista tenía que dar explicaciones de su trato con la izquierda nacionalista, pero el nacionalismo gallego, siempre estigmatizado y al borde de la exclusión del juego político, se veía reconocido por quien tenía autoridad para legitimarse delante de la sociedad.
El cálculo que hacía Beiras, más allá del protagonismo particular, tenía base. Pero ese movimiento no era asimilado y aceptado por la organización. De hecho la organización supo a través de los medios de esa iniciativa de su portavoz, y lo que era tensión interna entre dos polos diferentes pasó a ser el inicio de un conflicto.
Ante la marea negra y la actuación de Gobierno central y Xunta del PP, la organización decide convocar a agentes sociales y organizaciones para una gran movilización. En esa nueva situación de enfrentamiento radical no cabe ya el diálogo entre Fraga y Beiras. A continuación el BNG decide presentarle una moción de censura a un Fraga anulado desde Madrid por el PP de Aznar, cosa que choca nuevamente con la posición de Beiras, quien ya no actuó en esa ocasión como portavoz parlamentario para defender la moción. Al año siguiente la organización decidió que la portavocía pasara de Beiras a Anxo Quintana.
No obstante, el BNG que impulsó con todos los medios la gran movilización social, y calculaba un rédito electoral inmediato, mejoró los resultados, pero por debajo de sus expectativas. Nuevamente la lección de 1977, para ganar elecciones no son suficientes las movilizaciones, es preciso ganar la confianza de la sociedad para el proyecto político. La misma lección que se podía extraer de la experiencia del sindicalismo gallego. La CIG había conseguido ser no solo la central más activa y la primera en las elecciones sindicales pero no hubo ni hay un traslado de votos para el BNG, la opción con la que tiene mayor sintonía.
En el año 2005 las elecciones autonómicas dan paso a una Xunta de colaboración entre el PSOE, en el que Emilio Pérez Touriño había conseguido imponerse internamente, y el BNG, con su candidato Anxo Quintana. Una experiencia borrada de la memoria social por la estrategia del PP de Feijóo, y borrada también de la memoria tanto del PSOE como del BNG porque el fracaso posterior dio lugar a crisis profundas en esas organizaciones.
El BNG demostró que el nacionalismo gallego podía administrar poder y gestionar la Administración. El PSOE ya había tenido una experiencia previa con González Laxe. Pero para el BNG fue una experiencia nuevamente traumática, el portavoz parlamentario y dirigente público se separaba una otra vez de la organización. Como si el cargo de portavoz y candidato confiriera una perspectiva que condujera a tener un ritmo más rápido que la organización. Además, ese rumbo político del portavoz no era asumido por la dirección y la mayor parte de la organización. El portavoz, Quintana, fue apartado nuevamente.
A estas alturas era evidente que en el BNG, y en el centro la UPG, la organización en sí misma era totalmente determinante e impedía un liderazgo personal autónomo. Posición confirmada por dos experiencias: Beiras y Quintana, vividas negativamente.
En 2012, finalmente, se produce la ruptura anunciada entre los dos polos fundadores del BNG, y Beiras sale de la organización con sus seguidores. La interpretación que hacía en el tiempo del PP de Aznar le llevó a destacar la pertinencia de una alianza contra esa política y ya un año antes había firmado un manifiesto en ese sentido con representantes de la izquierda estatal.
La ruptura fue protagonizada por Beiras de tal manera que apareció en los medios como algo necesario e inevitable. Fue sobre el fondo interpretativo según un argumento ya establecido: la UPG sería la responsable última con su tradicional intransigencia. De modo que el camino de Beiras y sus seguidores fue interpretado por los principales medios como natural. Unos meses después de su salida nace AGE, una alianza de la organización que fundó, Anova, con la organización gallega del PCE. Con el atractivo de la idea de la unidad ante un peligro. Mientras, el BNG permanecía en la soledad que le correspondía al nacionalismo gallego. Esta visión del conflicto para el público, que fue percibida como falsa e injusta por el BNG resultante, no hizo sino ahondar su amargura y desconfianza.
Las autonómicas le dieron dos diputados más a AGE que al BNG. Se confirmaba que esa propuesta contaba con más simpatías y tenía más asiento en el electorado que el de una fuerza propia encarnada en el Bloque. AGE le dio nueva vida al PCG, desaparecido desde hacía tiempo, y propició una carrera política, la de Yolanda Díaz. Preparó el camino para lo que vino después, un verdadero tsunami entre una parte del electorado que afectó directamente el BNG: Podemos.
La crisis de Wall Street pasó a ser crisis económica mundial, y desencadenó una rebelión en la generación universitaria privada de futuro profesional y vital por las medidas dictadas desde Alemania y Francia y asumidas por el Gobierno central. Comenzó con una acampada de protesta espontánea en el kilómetro cero de la España radial, en la Puerta del Sol. La protesta, en medio de la campaña electoral, irradió su efecto a través de los medios apareciendo protestas en otras ciudades españolas. El PSOE perdió el Gobierno dando paso a dos legislaturas del PP de Mariano Rajoy. El cuestionamento del bipartidismo estatal se extendió a toda organización y partido existente, considerados caducos. Un grupo de profesores de la universidad madrileña ensayan un experimento político dirigiéndose a ese sector movilizado y utilizando las redes sociales. Inmediatamente los canales de televisión privados dan cabida a ese nuevo discurso que cuestionaba los partidos que habían gestionado el poder y ese equipo de nuevos políticos les ofreció a los activistas una caja de reclutamiento y una nueva organización, Podemos. A través de las redes y de los medios llegó la telegénica figura de Pablo Iglesias desde Madrid, haciéndola carismática. Un público entregado lo esperaba cuándo se acercaba a las ciudades gallegas.
Las imágenes del encuentro entre Beiras e Iglesias con Yolanda Díaz al lado eran demoledoras para el BNG. Mostraban la continuidad entre el proyecto de AGE y Podemos. La nueva alianza, que recibía la bendición legitimadora de Beiras, figura estelar e imagen del BNG durante muchos años, dejaba la propuesta política del nacionalismo sin capacidad de reacción. Y, lo más preocupante, desde la nueva oferta política se cuestionaba directamente la necesidad de la existencia del nacionalismo gallego.
Un grupo de intelectuales y activistas, ante el horizonte de la desaparición de Galicia como sujeto político, lanzó la idea de un 25 de julio unitario que reafirmara el carácter nacional gallego. A continuación la propuesta de la unidad para un grupo parlamentario gallego en las cortes españolas. El proceso, tras vueltas y entresijos, no consiguió el objetivo. Quedó de un lado el BNG, que se presentó en una alianza con pequeñas agrupaciones como Nós-Candidatura gallega y En Marea-Podemos. El BNG perdió la representación en el Congreso y casi la mitad de los votos. Y En Marea-Podemos, que se había presentado a las elecciones con el compromiso de formar grupo parlamentario propio gallego, obtuvo seis diputados, que pasaron a integrarse en el grupo parlamentario de Unidas Podemos.
La ansiedad ante una situación histórica que parecía desesperada agudizó las desconfianzas dentro del BNG y, una otra vez, la mayoría de la dirección, la UPG, apartó a Xavier Vence, un militante independiente portavoz de la organización en aquel momento y que ya había sustituido el portavoz anterior en esos años adversos, Guillerme Vázquez. La organización nuevamente se recogió sobre sí misma y optó por una militante de la UPG, Ana Pontón.
En Marea incumplió el compromiso y se disuelve en el grupo de Podemos asumiendo las directrices que llegaban una tras otra desde Madrid, a veces como una orden a través del teléfono. Mostró falta de autonomía y de proyecto propio. Y, lo que fue peor, falta de liderazgo interno entre grupos que nunca llegaron a consolidarse como organización, un espectáculo descarnado de guerra interna por el poder; una candidatura que había catalizado el entusiasmo y confianza de muchas personas defraudó todas las expectativas y fue barrida del Parlamento gallego, se autodestruyó. La marca Unidas-Podemos aún había sacado dos escaños en el Parlamento español en las elecciones previas: Antón Gómez-Reino y Yolanda Díaz.
La tremenda derrota de la marca de UP en Galicia ilustró el fracaso a medio plazo de una política mediática y sin sentido de país, levantada sobre un único sector social, sin organización y sin un aliento ideológico ni proyecto político claro.
No obstante, lo que inicialmente parecía un repliegue y encogimiento del BNG, con una militante de la UPG como portavoz, fue manifestándose como lo contrario.
Aguantaron la posición solitaria confiando únicamente en su propia fuerza como organización y en la certeza de la necesidad histórica del nacionalismo gallego. La desaparición de En Marea y las candidaturas municipales que le aportaban apoyos dejó nuevamente libre todo el terreno de la izquierda, pero eso no sería suficiente para recuperar la confianza que habían perdido muchos simpatizantes, y para ganar una nueva generación tendría que haber alguna transformación.
El cuestionamiento de la política tradicional ocurrida unos años antes fue una lección que aprendió el BNG, que trabajó para mostrar transparencia y debates abiertos así como para intentar llegar al cinturón de simpatizantes, con un progresivo aumento de afiliaciones. Y el trabajo sistemático de la organización dentro y fuera del Parlamento nunca decayó lo que, sumado al carisma de la portavoz, fue transformando la imagen de la organización.
Pero Ana Pontón no es meramente una cara de mujer joven. Para explicar su figura política hay que pensar que esa organización, un animal lento y desconfiado, aprendió de las pruebas de los últimos años e inició una renovación. Y no parece que tenga vuelta atrás porque, según las encuestas, la propuesta política de Ana Pontón está en sintonía con la sociedad y el tiempo actuales. Y esa transformación interna fue posible gracias a la integración del feminismo como referencia ideológica profunda. Ana Pontón y su equipo son personas de una misma generación y son la consecuencia de todo lo vivido. Se puede pensar que saliendo Pontón de las entrañas de la UPG en las que se crio la renovación no es tal y fracasará; pienso que es justo lo contrario. El Bloque no pudo ser renovado antes porque quien tenía que vivir su difícil evolución era la propia UPG y de ahí tendría que salir, como consecuencia, la liberación de las posibilidades del BNG.
Y Pontón es una líder, como demostró obligando la organización y a todo el cinturón de simpatizantes, a decidir si querían continuar por el camino de los últimos años, si querían que ella los liderara o no. La respuesta fue masiva, la dirección fue unánime y la militancia también. Es la principal dirigente y no está sola ni va por libre. El liderazgo de Pontón ya no es otorgado, es ganado. Y la ciudadanía, que observaba con interés, entendió que se trataba del proyecto político personificado en Ana Pontón.
El que ella formula es el reto de liderar, sin complejos, la mayoría electoral y gobernar el país. Un país que ya no es el de hace diez años, está vaciado. Vaciado de instituciones financieras propias, vaciado de generaciones jóvenes, vaciado de sobra de idioma propio…
¿Seguirán la dirección y la militancia desprendiéndose del resistencialismo interiorizado en un difícil y largo peregrinaje hasta aquí? Y, lo más difícil, ¿llegará el nacionalismo gallego a lugares decisivos de la sociedad a donde no llegó antes? ¿Y reconocerá la sociedad en su conjunto al BNG de Ana Pontón como capaz de gobernarla?
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