Opinión
Quién paga y quién se escaquea: radiografía de la injusticia fiscal en España
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Por Julen Bollaín
Economista
Había una vez un país donde el cuento de la justicia fiscal era eso: un cuento. Un relato lleno de promesas vacías, de discursos empalagosos y de políticos que, con una mano en el corazón y otra en el bolsillo de los de siempre, repetían la misma retahíla: "Los impuestos son necesarios para sostener el Estado del bienestar". Y es cierto, lo son. Pero también es cierto que no todas las personas pagan lo que deberían pagar. En este país, que podría llamarse Españistán o Ibexlandia, la carga fiscal es una losa que aplasta con gusto a la clase trabajadora mientras los ricos se toman un whisky en su terraza de La Moraleja, brindando por las desgracias ajenas.
Los datos no mienten, aunque a algunos les joda escucharlos. El 20% más pobre de la población paga un tipo efectivo medio del 27,5% de sus ingresos en impuestos, mientras que el 1% más rico paga un 24,1%. Sí, lo has leído bien. Si eres camarero, enfermera, reponedor o profesora, felicidades, porque estás financiando con tu esfuerzo las exenciones fiscales de los grandes patrimonios. Y si eres uno de esos que dice que "el dinero es de quien se lo gana", permíteme presentarte cómo es la cruda realidad: mientras tú haces malabares con las facturas, el millonario de turno encuentra otro resquicio legal para seguir sin contribuir.
Pero la broma no termina aquí. Porque en este país también se ha extendido la religión del "infierno fiscal", un dogma promovido por el Partido Popular, Vox y sus filiales mediáticas. La versión es simple: "En Españistán nos fríen a impuestos". Claro, todo muy convincente si ignoramos que la presión fiscal en España es del 36,8% del PIB, varios puntos por debajo de la media de la UE. ¿Para qué fijarse en la realidad si puedes soltar un eslogan y vender la fantasía de que bajar impuestos a los ricos mejorará la vida de todos?
Es el mismo cuento de siempre: "Si los ricos pagan menos, invertirán más y crearán empleo". Lo hemos escuchado desde los tiempos de Reagan y Thatcher, y el resultado ha sido el mismo en todo el mundo. Menos impuestos para los de arriba, menos servicios públicos para los de abajo y una desigualdad rampante. Claro ejemplo es Madrid, donde las bajadas de impuestos a los ricos por parte de Ayuso le cuestan a la Comunidad 6.255 millones de euros al año. Después vienen los lloros: "No hay médicos, no hay profesores, no hay plazas en residencias". Normal, si les sigues regalando millones y millones a quienes no los necesitan.
Pero aquí viene la mejor parte. Porque no es solo la derecha quien perpetúa este feudalismo fiscal. El PSOE lleva años evitando una reforma fiscal seria. En su acuerdo de gobierno junto a Sumar se recoge la materialización de una reforma fiscal justa y adaptada a los nuevos tiempos. ¿Y dónde está? En un cajón, al lado de todas esas promesas rotas que suenan bien en campaña pero que luego no se tiene la valentía de cumplir.
Lo cierto es que el sistema fiscal español es un insulto a la inteligencia. Mientras tú pagas religiosamente cada céntimo de tu nómina, el 72% de la evasión y del fraude fiscal en España lo cometen grandes empresas y fortunas. 91.600 millones de euros al año que se esfuman debido al fraude fiscal. ¿Y quién tapa ese agujero? Tú, yo, y el resto de incautos que no tienen la opción de abrirse una empresa en Luxemburgo o mudarse a Andorra.
Pero, oye, no te quejes. Porque si lo haces, enseguida aparecerá un liberal en Instagram para llamarte comunista. "Es que si les subimos los impuestos a los ricos, se irán del país". Claro, igual que lo han hecho en Francia, Alemania o Dinamarca, donde pagan muchos más impuestos que en España, ¿verdad? Y es que la realidad es que no se van. Les encanta España. Aman su clima, su gastronomía, sus playas. Y lo saben: porque aquí pueden seguir disfrutando de todas esas ventajas sin contribuir como deberían. Porque lo único que no les gusta es pagar impuestos. Que se lo digan a Shakira, que llegó a España, disfrutó de sus lujos, pero cuando le tocó pagar, desapareció hasta que la pillaron. O a los influencers que, con la misma bandera que dicen defender, se largan a Andorra cuando toca cumplir con Hacienda.
Por suerte, la gran mayoría no piensa igual. Ahí tienes a Dani Martín, que, con su música, podría haber elegido evadir impuestos, abrirse cuentas en las Islas Caimán o pirarse a Dubái, pero ha dejado claro que ser patriota no es envolverse en una bandera, sino contribuir justamente con lo que toca. Porque lo que sostiene un país no son los discursos vacíos, sino las contribuciones de quienes entienden que sin impuestos no hay sanidad, educación ni justicia. Y es que los impuestos son el precio que pagamos por una sociedad civilizada.
Así que dejemos la hipocresía de una vez. España necesita una reforma fiscal urgente. Una que haga que los ricos y las grandes empresas paguen lo que les corresponde. Una que elimine privilegios, recorte exenciones y fortalezca los servicios públicos. Porque no podemos seguir financiando hospitales y colegios con los sueldos de la clase trabajadora mientras permitimos que el 1% viva en un paraíso fiscal permanente.
Reforma fiscal o barbarie. Tú eliges.
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