madrid
Actualizado:Los campos ya no siembran alimentos. Las grandes extensiones de tierra del planeta se vuelven uniformes. El huertito de aquel pequeño campesino autónomo se extingue ante el despliegue de un imperio agrario que se extiende por todo el globo sur. Las plantaciones hace tiempo que dejaron de dar comida para los pueblos. Ahora, las semillas, homogéneas, se cultivan como monedas. Esta realidad es fruto de un modelo de negocio ligado a grandes rasgos a los monocultivos, cuyos impactos están generando problemas sociales y medioambientales en los territorios del globo sur.
El aceite de palma, la soja –el oro rojo–, la caña de azúcar o el maíz son algunos ejemplos de estos productos recogidos en el libro Los monocultivos que conquistaron el mundo (Akal) de las periodistas Nazaret Castro, Aurora Moreno y Laura Villadiego. Se trata, en cualquier caso, de materias primas que han cambiado de manera radical la vida de las sociedades campesinas y han derivado en multitud de problemas medioambientales, fruto de la deforestación que se requiere para su siembra intensiva.
En cierta medida, todo se remonta al momento en el que el colonialismo llegó a América, cambiando las estructuras socioeconómicas de las poblaciones que había en el continente. “Aunque ya existía un comercio internacional, ese fue el primer momento en el que se destinaron enormes cantidades de terreno a una producción que iba a ser consumida en otro lugar, en este caso en Europa”, explica Nazaret Castro. Pero este sistema de plantaciones al que Eduardo Galeano calificó de “monarcas agrícolas” se fue transformando hasta culminar en el siglo XX, tras la denominada Revolución Verde, en un modelo agroindustrial donde los cultivos, más que para alimentar, sirven para especular.
En una coyuntura en la que la agricultura está altamente financiarizada, la palma, la soja –la cual está detrás de los incendios de este verano en la Amazonia– o la caña de azúcar son lo que las autoras del libro denominan como “materias primas fléxibles”, es decir, las flex crops, cuyas utilidades en diversos sectores, más allá del alimentario, se prestan como un elemento atractivo para los inversores. Es decir, la alta demanda de los productos en los dispares mercados propician que sean productos capaces de superar los riesgos y la volatilidad de los precios.
“El aceite de palma es el caso paradigmático. Está en la mitad de los productos que encontramos en el supermercado, no es sólo en los ultraprocesados comestibles, sino también en cosméticos, pinturas, shampoo y inciensos y otros productos. Por supuesto, también los conocidos agrocombustibles”, enfatiza Castro. Todo ello en un mercado que, según añade Aurora Moreno, está “muy concentrado en pocas empresas” que poseen prácticamente todo el control de la producción, “desde la plantación hasta el supermercado”.
El 90% de las calorías que se consumen en el mundo proceden de tan solo una treintena de variedades de especies de alimentos
Ahora mismo la agricultura no está dirigida a recoger comida, está dirigida a recoger dinero. El sistema está enfocado a ello”, comenta Laura Villadiego, que, de una forma incisiva, carga contra un modelo en el que lo “fundamental no es sobrevivir, sino que un puñado de empresas tengan beneficios”. Este sistema de negocio tiene un impacto directo en el estilo de alimentación mundial, en tanto que el crecimiento de las plantaciones de monocultivos ha ido en detrimento de la biodiversidad de especies vegetales –también animales– derrumbando la pluralidad de especies que se puede consumir. Tanto es así, que el 90% de las calorías que se consumen actualmente en el mundo proceden de tan solo una treintena de variedades, según detalla la publicación.
“La visión más clara para entender la pérdida de biodiversidad es en una zona llena de vegetación, de selva, en la que se ve multitud de tipos de vegetación, aves y otros animales. Pues, justo al lado de ello, se encuentra un terreno grande en el que sólo se siembra un tipo de planta, perfectamente alineada y a siete metros una de otra. Esto visualmente se aprecia más, pero también se percibe con la subida de temperatura, ya que hay menos sombras”, narra Moreno.
Estas plantaciones son, quizá, como un cáncer en los bosques que acaban con la vida en todas sus formas. Tanto, que las especies de animales y plantas no son las únicas damnificadas. La agroindustria que se extiende por el cono sur asiático, americano y africano supone también una amenaza para las tradiciones de los pueblos campesinos que a menudo se ven desposeídos de sus territorios y de sus modos de supervivencia. "A fin de cuentas —puntualiza Castro—, es un proceso de proletarización del campesinado, que deja de tener autonomía y se ve obligado a trabajar en condiciones análogas a la esclavitud en estas plantaciones”.
El uso de fertilizantes termina infectando las fuentes de agua, lo que deriva en multitud de enfermedades dermatológicas y estomacales
La contaminación del agua es otro problema derivado del agribusiness. El uso de fertilizantes termina infectando las fuentes de agua más cercanas de las poblaciones agrícolas, lo que deriva en multitud de enfermedades dermatológicas y estomacales. “Además hay un impacto sobre las mujeres, ya que estas, debido a la división sexual del trabajo, son las encargadas de proveer agua a los hogares. Al contaminarse los ríos más cercanos, deben trasladarse a otras zonas lejanas para el suministro”, matiza Castro.
Soberanía alimentaria
Las soluciones fáciles no son soluciones. El camino hacia la soberanía alimentaria no es sencillo y la lucha contra este sistema que de manera indirecta está presente en las vidas cotidianas de las sociedades industriales se presta tan complicado como utópico. Sin embargo, las acciones individuales pueden marcar un camino a seguir antes de conseguir una legislación fuerte que consiga apretar el cinturón a los monarcas del agroliberalismo.
La elección de un consumo de cercanía puede ser un grano de arena que ayude a liberar a los pequeños agricultores de las cárceles de monocultivos. Sin embargo, las acciones potentes que cambien todo deben manar de las instituciones. “Si solamente dependemos de las nuestras decisiones de compra es imposible que estos cambios sean realmente profundos”, recalca Villadiego, que pone el foco en los gobiernos y sus contradicciones legislativas.
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