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Actualizado:"Este es un hecho real. Trata de un barco con una historia extraordinaria. En 1912, el RMS Carpathia navegó a toda máquina a través de la noche oscura y se adentró en unas aguas repletas de icebergs para responder a la llamada de socorro del Titanic. Fue una misión de rescate valiente y peligrosa que se ha visto ensombrecida por los acontecimientos de esa tragedia, hasta ahora".
Así comienza la profesora universitaria Jay Ludowyke su libro Carpathia (Hachette), donde evidencia que el hundimiento del transatlántico el 15 de abril de 1912 —que provocó la muerte de 1.496 personas de las 2.208 que iban a bordo— opacó la gesta de otro buque británico menos glamuroso y legendario que cubría la ruta entre Nueva York y Fiume, ciudad rebautizada como Rijeka y hoy perteneciente a Croacia.
En origen, sus pasajeros eran migrantes de Europa del Este en busca de trabajo y clases medias a las que sumarían, tras una reforma de sus instalaciones, los privilegiados de primera clase. Era más pequeño y tenía menos capacidad que el Titanic, aunque aquella madrugada disponía de muchas plazas libres y pudo alojar a más de 700 supervivientes. Aquí puedes leer cómo lograron salvarse siete españoles y el destino de otros tres.
El 14 de abril había transcurrido sin incidentes, pero pasada la medianoche el radiotelegrafista Thomas Harold Cottam recibe una señal de socorro y decide ponerse en contacto con el primer operador de radio del Titanic: "¡Venid todos!", clama desesperado Jack Phillips. "Nos ha golpeado un iceberg y nos estamos hundiendo". Entonces apunta las coordenadas del barco, deja atrás su emisora Marconi y corre hasta el camarote del capitán para darle el aviso.
Arthur Rostron, incrédulo, le pregunta dos veces: "¿Estás absolutamente seguro?".
Propiedad de la naviera Cunard Line, el capitán del RMS Carpathia —el acrónimo naval indica que es un Royal Mail Ship (Buque del Correo Real) o un Royal Mail Steamship (Buque de vapor del Correo Real), al igual que el Titanic— reúne a todos los fogoneros, apaga la calefacción para aprovechar el vapor al máximo, cambia el rumbo y pone el buque al límite para llegar hasta la posición del transatlántico, que hace aguas a 58 millas de distancia y cuatro horas de travesía.
"Edward Smith, el capitán del Titanic, nunca había sufrido un accidente. Esa falta de experiencia en situaciones críticas quizás provocó que no estuviese a la altura de las circunstancias, porque su desempeño fue malo. Sin embargo, Arthur Rostron, pese a que tampoco había acudido a un naufragio similar, tuvo una actuación brillante y se reveló como un marino intrépido en medio del hielo, pues ni pidió permiso a su compañía naviera para socorrer al Titanic", explica el periodista Javier Reyero.
Junto a Cristina Mosquera y Nacho Montero, es el autor de Los diez del Titanic. La conmovedora historia de los españoles que vivieron aquel viaje único (LID), donde sostiene que el "gran drama" del trasatlántico no fue chocar contra un iceberg, sino "la mala suerte de que no hubiese cerca ningún barco que pudiese ir en su auxilio, porque se había metido en una banquisa pese a las alertas, mientras que otros navíos, más cautelosos, no lo hicieron".
Más allá de los efectos de la colisión con el témpano, Reyero insiste en que el principal problema no fue la escasez de botes, pues cumplía la reglamentación de la época, sino su soledad en medio de la noche: el Mount Temple, el Frankfurt, el Birma, el Baltic y el Virginia recibieron el aviso, pero no acudieron a su llamada. Imposible que lo hiciese su gemelo, el Olympic, pues se encontraba a 926 kilómetros. Solo pudo socorrerlo el Carpathia, ubicado a una décima parte de esa distancia.
"Arthur Rostron demostró una gran capacidad organizativa antes, durante y después del rescate, porque fue aprendiendo sobre la marcha", destaca el periodista, quien detalla en su libro cómo el capitán del Carpathia dividió a los supervivientes en primera, segunda y tercera clase; distribuyó a los médicos en diversas estancias para que fuesen más eficientes; cedió su camarote y las cabinas de sus oficiales a los pasajeros de alcurnia, y destinó la biblioteca y los salones de fumadores a las clases más bajas.
Logró auxiliar a más de 700 personas y subir a cubierta trece botes salvavidas, en los cuales había tres fallecidos, a los que habría que sumar a un hombre que murió a bordo poco después. "El capitán ha descubierto otro cadáver flotando en el agua", escriben los autores de Los diez del Titanic. "No lo subirá a bordo, no quiere someter a los supervivientes a más dolor innecesario". Por ese mismo motivo, tampoco acepta transbordar a los supervivientes al Olympic o arribar al puerto canadiense de Halifax, pues viajar en un barco similar o enfrentarse de nuevo al hielo sería traumático para ellos.
Arthur Rostron, tras descartar las Azores como destino, pone rumbo a Nueva York. Ahora bien, solo acepta marcharse del lugar del naufragio cuando aparece el Californian, que en realidad era el barco más próximo en el momento del choque, pero había ignorado la alerta por una serie de circunstancias desafortunadas. Antes, se celebra "un sencillo funeral" por las víctimas, que "reciben sepultura en el mar", relata en el libro Reyero, quien describe al capitán del Carpathia como "uno de los grandes héroes del Titanic sin estar en el Titanic".
En el río Hudson son recibidos por los flashes de los fotógrafos, apostados en el puerto o en las lanchas que flotan sobre las aguas. En el muelle 59, perteneciente a la compañía White Star Line, la naviera del Titanic, descargan los botes. Luego se dirigen al 54, propiedad de Cunard Line, donde descienden los supervivientes. La mayoría son mujeres que habían perdido a sus maridos, de ahí que a partir de entonces el Carpathia fuese conocido como el barco de las viudas.
"Así lo rebautizó The New York Times, en lo que se considera la primera cobertura periodística moderna", recuerda Javier Reyero. "Hoy lo vemos como algo normal, pero el periódico alquiló oficinas cerca del puerto, instaló varias líneas de teléfono y tomó otras decisiones pioneras, una experiencia que le sirvió como banco de pruebas para informar sobre el terreno durante la Primera Guerra Mundial", destaca el profesor universitario.
El 17 de julio de 1918, al sur de la costa irlandesa, el Carpathia fue hundido por el submarino alemán SM U-55. Construido en el astillero de Swan Hunter & Wigham Richardson, había realizado su viaje inaugural quince años atrás, aunque durante la Primera Guerra Mundial se expuso una vez más al peligro cuando transportaba tropas aliadas. Solo murieron cinco de los 280 tripulantes.
Arthur Rostron, quien tiempo atrás había tomado el mando de otros barcos, sobrevivió a ese naufragio y, gracias a su coraje y valentía, también a las tempestades de la historia.
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