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La pandemia económica que ha contagiado la propagación de la Covid-19 por todo el planeta no ha sorteado Las Antípodas. Australia no es tan afortunada como para que convertirse en una especie de Torre de Marfil. El coronavirus se ha instalado en su territorio como en el resto de las latitudes del planeta.
Apenas un centenar de fallecidos, con una cota de contagio que marcó su cénit el 28 de marzo (460 personas) y que en las últimas fechas contabiliza un par de casos por día. Los certificados de enfermos por Covid-19 superan ligeramente los 7.000 y los curados se aproximan a los 6.500. Bien es cierto que, hasta ahora, le ha ayudado su situación austral, bajo el solsticio de verano, menos propenso a la expansión de la epidemia. Pero, hasta ahora, la crisis sanitaria está bajo control. Al menos, si se compara con otros países. Próximos o alejados de su geografía y de la robustez de su sistema sanitario.
A la economía, la factura también le ha llegado a una nación que ostenta el periodo más longevo de crecimiento sostenido. Con el permiso y la excepción de China, que ha certificado más de cuatro décadas de prosperidad en su PIB (desde la muerte de Mao Zedong, en 1976), pero que, a diferencia de Australia, durante esta travesía tan prolongada, ha pasado de ser un país en desarrollo a convertirse en la mayor de las áreas emergentes y segunda potencia global, aunque sin haberse granjeado el estatus de economía de mercado ni haber asumido el reconocimiento de nación de rentas altas.
Los aussies han caído en contracción. Del 10%. La de mayor calibre desde 1931, su año negro, el de la gran sequía. Algo desconocido para ellos desde hace casi tres décadas. Es probable que ese deterioro del PIB persista en los tres primeros trimestres de este año. Como consecuencia de los efectos de la Covid-19. Con lo que Australia, con un PIB similar al de España al finalizar 2019 (1,3 billones de dólares), no lograría restablecer el tamaño de su economía hasta dentro de tres ejercicios.
A pesar de que sería, de consumarse al término de el trimestre actual, la recesión más profunda en 90 años. Y de que el gabinete del primer ministro Scott Morrison ha liberado un programa de estímulo fiscal de 80.000 millones de dólares para salvaguardar, en los próximos seis meses, los empleos destruidos por la pandemia y asistir con créditos y avales públicos a empresas y hogares ante una eventual y, como presagia el mercado, recuperación en V. De las pocas excepciones a un despegue más ralentizado e incierto entre las economías avanzadas.
El arsenal monetario de su banco central y los programas fiscales pueden activar los estabilizadores automáticos para y devolver el país al crecimiento
La Reserva Federal de Australia, el banco central del país, fue uno de los pioneros del mundo anglosajón en recudir sus tipos de interés. Anticipándose, incluso, a las sucesivas maniobras a la baja de su homónima de EEUU. Hasta situarlos en un escenario próximo a cero. Además de poner en marcha un programa de compra de deuda soberana, de bonos australianos, a baja rentabilidad.
Las medidas anticrisis, pues, han sido rápidas y su volumen, adecuado para parar la embestida inicial de la Covid-19, a la espera de que sean necesarios nuevos fogonazos fiscales y monetarios para los que Morrison ya ha admitido tenerlos preparados (en connivencia con su autoridad bancaria) hasta una cota nada desdeñable: 320.000 millones de dólares australianos (unos 208.000 millones de dólares) el equivalente al 16,4% de su PIB. De forma conjunta. Es decir, recursos fiscales y monetarios.
En esta ocasión, sin embargo, la crisis ha sido en Australia igual de fulminante que en cualquier otro punto de la geografía mundial. Cientos de miles de trabajadores han sido enviados a casa; en especial, en los sectores del comercio, construcción o turismo y en segmentos como el de las líneas aéreas, que han monopolizado las colas en las oficinas de desempleo.
Durante el tsunami financiero de 2008, sin embargo, la decimocuarta economía mundial (a la zaga de la española) consiguió encauzar el ritmo de creación de empleo al unísono de la salida de su contracción, de un solo trimestre, lo que evitó su declaración de recesión técnica (dos trimestres consecutivos en escenarios negativos).
James McIntyre, analista de Bloomberg Economics en Australia, es de quienes piensan que, aun con escasas o casi nulas probabilidades de eludir la recesión en este trimestre, la economía volverá a resurgir de forma meteórica. Como en 2009. “La expulsión del mercado laboral va a ser substancial, pero se contendrá en cuanto el crecimiento se reactive y, cuando se produzca, lo hará por encima de su potencial durante un extenso periodo, a partir del cual los trabajadores en paro reanudarán sus tareas y, muy probablemente, se volverá a elevar la demanda de empleo y a permitir solicitudes laborales desde el exterior”.
McIntyre se decanta por un receso del PIB del 6% este ejercicio, retrocesos salariales y caída de la inflación. Pero valora el esfuerzo de la Reserva Federal de su país, su persistencia en mantener los planes de Quantitative Easing (QE, o compra de deuda) para frenar las bajas rentabilidades actuales en los mercados y en los efectos balsámicos de los planes presupuestario de Canberra para que los estabilizadores automáticos pongan en marcha el engranaje de la economía aussie. Es la carta que salvaría al país de una recesión que parece inevitable.
La liberación de la Covid-19
Australia y su vecino neozelandés están en la lista de naciones que primero podrían salvarse de la pandemia. Sanitaria y económica. Y el consenso del mercado y los organismos multilaterales coinciden en vincular la superación de la primera con el despegue de la segunda. Junto a Corea del Sur, pese al rebrote de contagios en plena desescalada, y Taiwán, remarca The Economist en un artículo reciente, a partir de las concesiones hacia la normalidad social de sus maniobras de despegue económico y del final del confinamiento.
Australia, como su vecino kiwi, ya ha abierto playas y piscinas. Vía libre para surfear en gran parte de su litoral. Sus habitantes también tienen plácet para recibir, por ejemplo, tratamientos de fertilidad o acudir al dentista.
Y promete llevar a cabo un proceso de “agresiva supresión” de los contagios mediante uso de tests y aplicaciones que no sólo obtienen una alta fiabilidad, sino que realizan seguimientos precisos para evitar que puedan surgir rebrotes.
Todo ello invita a pensar que la recuperación económica australiana va a ser más inmediata, tras una fase de contracción dura pero menos dañina que en otras naciones y, además, más vigorosa en su despegue. Como lo revela las caídas de hasta el 80% de los vuelos comerciales y de mercancías o la cancelación del 95% de los vuelos internacionales.
El detonante más efectivo para proclamar el cambio de ciclo de negocios es el control de la Covid-19 y la alta aceptación social a la gestión de la pandemia. Tanto en Australia como en la Nueva Zelanda de la primera ministra socialdemócrata Jacinda Ardern. Con tasas por encima del 80%. Más de 30 puntos por encima de la media de las naciones del G-7. Confianza que redunda en las empresas y entre los consumidores, acicates ineludibles para el despegue. Además de las bajas tasas de contagio entre los países de la costa del Pacífico, sus socios comerciales naturales.
En esta tesitura, el propio titular de Finanzas australiano, Mathias Cormann, lanza la duda al aire al asegurar que es “materialmente imposible en las actuales circunstancias creer a pies juntillas y de manera realista las previsiones”. Sus palabras, a buen seguro, pretenden curarse en salud ante predicciones venideras no muy halagüeñas a lo largo del actual trimestre. Pero también se aprecia un rictus de intriga, de no cerrar las puertas a otro nuevo milagro aussie.
Su secretario del Tesoro, Josh Frydenberg, habló de una tasa de paro del 10%, que se hubiera disparado cinco puntos más de no ser por la efectividad del subsidio JobKeeper, con pagos mínimos de 1.500 dólares australianos durante seis meses, que se han activado de forma intensa por la pandemia. Las expectativas de crecimiento y empleo siguen siendo pesimistas, al igual que sobre salarios y reactivación de la demanda interna, pero las espadas siguen en alto. Todavía.
A pesar de que el FMI presagie una recesión aún más profunda, del 7,2%. De mayor dimensión que sus dos últimas (del 2,2% en 1982 y del 1% en 1991) y que sólo permite parangón con las de los años noventa del Siglo XIX y la década de los treinta de la pasada centuria. Aunque según sugieren investigadores como Robert Ewing que cita The Conversation, durante el Crash del 29, el PIB australiano pudo haber retrocedido entre un 10% y un 20%. Pero, aun así, la resistencia de la economía austral se ha puesto de manifiesto. No sólo ante tsunamis financieros mundiales como el de 2008, sino durante crisis regionales como la carrera de devaluaciones de divisas entre los tigres asiáticos a finales de los noventa y que llevó a desplomes de tanta intensidad como el 13% de Indonesia, el 8% de Tailandia, origen de la deflagración monetaria, el 7% de Malasia, el 6% de Hong-Kong o el 5% de Corea del Sur. El PIB australiano salió indemne.
También desde el Fondo se preconiza una fulgurante recuperación. Otorgan a Australia uno de los crecimientos más intensos en 2021, el 8,4%. Con el reinicio de la actividad en julio. Si fuera así, la recesión técnica será imposible de sortear. Pero si se anticipa un mes, a junio, quedaría en cuestión. Y la economía ha empezado ya a funcionar.
El FMI otorga a Australia uno de los crecimientos más intensos en 2021, el 8,4%. Si la actividad se reinicia en junio, esquivaría la recesión técnica
Bill Evans, economista jefe de Westpac, también era optimista hasta hace pocas fechas y aunque los números rojos oficiales son casi una realidad, confía plenamente en la recuperación durante la segunda mitad del año. No en vano, venía de crecer un 0,5% sólo en diciembre. “Todo ocurrió muy rápido”, explica el economista Stephen Koukoulas, asesor económico en varios gabinetes socialdemócratas, con caídas de las cotizaciones del 15%”. Afortunadamente, “como ha ocurrido en otras ocasiones, el desempleo se ha contenido finalmente y los bajos tipos de interés están contribuyendo a amortiguar la recesión”. La susceptibilidad social en Australia sobre el empleo es especialmente alta: “la contracción económica sin trabajo es desastrosa; ya no puedes decir que no te importa tu empleo porque no te guste, es que no puedes acceder a ninguno”, asegura Koukoulas para tratar de entender este fenómeno con mayor precisión. “Y el virus ha generado un clima de todavía mayor imprevisibilidad al respecto”. El mensaje de Frydenberg también deja un poso de optimismo. “Nuestras medidas temporales están bien hilvanadas y con unas metas claras para proporcionar mecanismos de aislamiento y protección por la caída de la actividad y servirán para que la economía australiana resurja más fuerte, en todos los frentes, sin daños de índole estructural y con una predisposición al manejo presupuestario que nos devuelva a medio plazo a la sostenibilidad fiscal”. El nivel de endeudamiento de los gobiernos, estatal y locales, en Australia hace que los programas de estímulo puedan ser generosos y con visos de recuperar en el futuro casi inmediato sus recursos.
Entusiastas de los estabilizadores automáticos
Ian Harper, catedrático de la Melbourne Business School, incide en un factor intangible, pero a la vez, altamente efectivo: las autoridades económicas de Australia han luchado siempre contra las recesiones “como si fueran una plaga”. Porque asumen desde hace décadas el recetario del ex secretario del Tesoro americano, Larry Summers, de disponer de “planes de contingencia” durante los años de vacas gordas, para abordar recesos del PIB futuros.
Australia es una nación entusiasta de los estabilizadores automáticos, afirma Harper a Business Insider. Además de su habilidad para poner en marcha proyectos de infraestructuras. Como los que ideó Lindsay Tanner, titular de Finanzas entre 2007 y 2010, quien se inspiró en las grandes obras ferroviarias acometidas en la década de los noventa que sortearon la recesión. Con apenas unos recursos del 1% del PIB. Su teoría se basa en el despertar de empresas y trabajadores al calor de programas que espoleen la actividad privada nada más prender la llama de la recuperación. Siempre que haya suficiente munición financiera, unos bajos tipos de interés.
Y docilidad política, para que el parlamento y los gobiernos municipales tramiten con celeridad dotaciones presupuestarias y leyes adecuadas a los escenarios recesivos. En línea con la percepción de Barack Obama de insertar los programas de infraestructuras dentro de los planes de estímulo. Como una herramienta fiscal específica de forma que los gobiernos controlen los movimientos de ingresos y gastos armónicamente. Algo que, presumiblemente, el expresidente estadounidense podría haber recopilado de Canberra.
El escudo 'aussie' contra recesiones: estabilizadores automáticos, planes de infraestructuras con empleo inmediato y una excelente política migratoria
Si no fuera por “la tardanza en su ejecución”, admitía el propio Obama años después de la crisis de 2008. Australia tiene experiencia acumulada. Entre otras razones, por la conciliadora actitud de sus dirigentes políticos ante este tipo de situaciones.
El Gobierno del laborista Kevin Rudd lo activó en 2008. E involucró en el mismo a parados de larga duración, dedicados a rehabilitar o construir barriadas. En lugar de esperar a que grandes obras de ingeniería, como túneles o redes de suministro de gas o petróleo, aeropuertos o puentes, cobraran vida después de sus procesos de aprobación técnica o medioambiental. Australia los relegó como un segundo foco de impulso, un segundo motor que activar tras el despegue y adquirir velocidad de crucero.
Pocos gabinetes como el de Rudd “han ganado tanta ventaja a la recesión”. Su lema era “seguir hacia adelante hasta que el juego acabe”. Con apoyo público e incentivos a las empresas y trabajadores. Bajo la tesis, esencial para implantar los estabilizadores automáticos, de rebajar impuestos durante los primeros estadios de la contracción, para recuperar sus niveles (o, incluso, superarlo) en los primeros ejercicios de dinamismo.
El otro gran secreto de Australia para eludir recesiones es su política migratoria. Abre o cierra el grifo de los flujos de extranjeros en función de la demanda de empleo de una economía que se comporta bajo la disciplina fiscal, pero que mantiene un potencial de crecimiento más propio de mercados emergentes.
Los inmigrantes, pues, son parte esencial de su demografía. Pueblan su territorio un 50% más de personas que hace tres décadas. Con llamadas masivas a la llegada de inmigrantes. Algo inimaginable en los tiempos que corren en Europa o EEUU, donde arraiga el populismo de extrema derecha partidario de un férreo control sobre los permisos a foráneos.
Tan solo el primer ministro nacionalista liberal Tony Abbott (2013-2015) redujo la cuota anual de recepción de inmigrantes de 190.000 a 110.000 en sus años al frente del ejecutivo. Pero no se atrevió a imponer el final del efecto llamada, de la inmigración cero, que pregonaba entonces el senador Pauline Hanson, un halcón del conservadurismo austral.
El mercado siempre ha visto la estrategia migratoria australiana como un “ejemplo de equilibrio entre demanda, consumo y empleo que claramente apaga cualquier vestigio de incendio político en torno a este fenómeno y aporta ratios de racionalidad económica”, explica Su-Lin Ong, analista en Australia del Royal Bank of Canada.
Aumentos poblacionales hacen menos probable las caídas en recesión, explica en contra del criterio neoliberal Gareth Aird, economista del Commonwealth Bank of Australia, aunque con posterioridad, al comprobar la evolución de las tasas de renta per cápita, surjan de la nada contracciones en estos parámetros, admite. Pero esa corrección es más factible de tratar aclara Aird.
En 2017, a pesar de los 400.000 puestos de trabajo de trabajadores extranjeros que solicitaron visa oficial para entrar en el mercado laboral, la tasa de paro permaneció en el 5,5%, como en el ejercicio precedente. Aunque en este proceso cuenta que la Reserva Federal del país, como en la estadounidense, la creación de empleo es uno de los tres grandes parámetros que determinan el movimiento de los tipos de interés. Junto al dinamismo económico y la presión inflacionista. Y en Australia, la tradición monetaria al uso habla de dejarlos en estadios bajos a menos que el desempleo se aproxime al 5% de la población activa.
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