madrid
La firma de las capitulaciones del matrimonio geopolítico de conveniencia con mayor glamour, raigambre, incertidumbre y deuda histórica de la era contemporánea se formalizó con urgencia. Corría el año 1991 y en Maastricht se reunieron los, entonces, doce socios de la UE. La cumbre alumbró la idea de lanzar una moneda común, mientras forjaba su unión política -y abandonar el arquetipo de comunidad europea-, su diplomacia y seguridad exterior y su cooperación en el ámbito de la Justicia. Pero la cita de los aliados occidentales europeos pasará a los anales de su trayectoria vital por su urgente adecuación a la deriva continental que supuso la Caída del Muro de Berlín.
El canciller alemán, Helmut Kohl, y el presidente francés, François Mitterrand, fueron los grandes artífices de un proyecto de adhesión que de inmediato contó con el apoyo incondicional del que entonces era el presidente de la Comisión Europea, Jacques Delors. El tridente aparcó de forma momentánea la crisis monetaria que llevó a la libra esterlina y la lira italiana a salir del Sistema Monetario Europeo y devaluó monedas como la antigua peseta, hizo un hueco en el proceso de integración política e institucional más intenso que ha vivido la Unión, desplazó de la mesa de debate el cheque británico que exigía Margaret Thatcher para alejarse del euro y se sacó de la chistera el desafío de incorporar a los países satélites del Pacto de Varsovia meses antes de que la URSS se extinguiera oficialmente.
Tan notables y numerosas efemérides no podían acabar sino en un Tratado de la UE, configurado en febrero de 1992 y que entró en vigor al inicio de 1993, un año antes de que Bruselas lanzara su sistema regata, de paulatina incorporación al club comunitario de los candidatos del Este que fueran cumpliendo con los criterios de convergencia económica -déficit del 3% y deuda del 60% del PIB, tipos de interés y estabilidad cambiaria estables a corto y largo plazo, inflación a raya y crecimientos de PIB dinámicos- y adecuando sus ordenamientos jurídicos al acervo comunitario.
Al final, el ingreso fue masivo. Hasta diez aspirantes adquirieron sus plácets de entrada, con dos rezagados de alcurnia, Rumanía y Bulgaria que, tras asumir sus déficits democráticos, políticos y económicos, ingresaron en la Unión tres años más tarde y con un plazo más extenso aún para acceder a la libre circulación de personas del espacio Schengen.
Pero sus vecinos cumplieron en diez años -desde 1994 en que se proclamó la expansión hasta 2004 cuando formalizaron sus inscripciones como miembros de pleno derecho del club- con las prescripciones médicas pertinentes requeridas por sus nuevos socios y con el doble blindaje que les confirió la OTAN en materia de seguridad -esencial para sus gobiernos en sus negociaciones de adhesión a la UE-, por un lado, y el club europeo en el orden económico y político, por otro.
Dos decenios de ensamblaje económico
Veinte años después, el puzzle parece casi ajustado y sus dos piezas hemisféricas surgidas de la Segunda Guerra Mundial han encajado hasta tal punto que el entramado de la UE baraja varias ampliaciones de sus fronteras. Como si la digestión hubiera acabado. Incluso se propone ampliar sus fronteras a los mismos confines de Rusia, su renovado enemigo geoestratégico número uno, y el factor al que más recurre la OTAN para elevar la factura militar de la UE en aras de garantizar la Defensa de la Unión. Con Vladimir Putin manejando desde hace un largo decenio los hilos para dividir a sus componentes y promover tensiones que alejen el consenso que rige en las normas internas de una manera más o menos unánime y con un conflicto armado abierto por el propio Kremlin en Ucrania.
La convergencia económica es un buen botón de muestra de la parte oriental de la UE ha sido, hasta ahora, una empresa de éxito. Los socios del Este, con Eslovenia y Lituania a la cabeza, están en disposición de superar al Club Med en renta per cápita, según el FMI, que sitúa este sorpasso en 2029. Italia, tercera potencia del euro y el PIB de mayor valor de los socios meridionales -a Francia se le considera integrante del grupo de socios centroeuropeos por su complicidad con Alemania, el otro lado del eje motriz de la UE- se mantiene, en cambio, en posiciones inferiores al promedio de ingresos individuales del club, que se sitúa en los 44.200 dólares para este año, a precios actuales del billete verde en el mercado.
La renta per cápita italiana es de 39.580 dólares y, de hecho, ha sido rebasada por Malta que ha elevado la capacidad de compra de cada uno de sus ciudadanos hasta los 41.740 dólares, y está siendo amenazada por la de Chipre, de 37.150 dólares. Los dos territorios insulares orientales a los que Bruselas dio entrada junto a los ocho países del extinto Pacto de Varsovia.
Pero el FMI ve un progreso más intenso en el lustro en curso en Eslovenia (34.030) con una renta personal similar a la española (34.050), a la que sigue inmediatamente después, en el vigésimo primer escalón europeo de un ranking que combina socios comunitarios con paraísos fiscales y naciones del Espacio Económico Europeo como Suiza, tercera, con unos ingresos individuales de 105.670 dólares -solo por detrás de Luxemburgo (131.380) e Irlanda (106.060). Este pódium lo componen, además, los únicos territorios con riquezas anuales personales de seis dígitos.
Al igual que en Lituania que, con 28.140 dólares se coloca a tiro de la renta per cápita de Portugal (28.970), en vigésimo quinto y vigésimo cuarto lugar, respectivamente. Entre medias de ambas, surgen, incluso, otros dos socios del Este: Estonia, con 31.850 dólares y la República Checa, con 29.800. Los otros cuatro si sitúan en torno a Grecia -el otro gran estandarte del Club Med- y que ha recuperado poder adquisitivo desde su rescate por la crisis de 2008 hasta alcanzar los 23.970 dólares. Eslovaquia (25.930) y Letonia (24.190), por encima y Hungría (23.320) y Polonia (23.010) ligeramente a su zaga.
Mientras Croacia, que se unió en 2013 a la UE y al euro en 2023, ha protagonizado una escalada meteórica que deja su renta individual en 22.970 dólares, muy por encima de la de Rumanía (19.530) y Bulgaria (16.940), los más rezagados.
Salto de prosperidad (…)
El Fondo Monetario Internacional (FMI) ensalza este recorrido de prosperidad, después de 35 años de la Caída del Muro de Berlín y 20 en las estructuras comunitarias. En especial, por haber superado, desde entonces, el volátil periodo de los noventa, con fluctuaciones en los mercados, reconversiones industriales y crisis productivas, reconfiguraciones de la globalización y la irrupción de las potencias emergentes en un orden mundial con una Guerra Fría aún larvada, pero de baja intensidad y, posteriormente, ya en el edificio comunitario, el colapso crediticio de 2008 con el tsunami de la deuda y el riesgo de desaparición del euro y la reciente Gran Pandemia.
Las inversiones europeas -y foráneas- los fondos de cohesión y estructurales y el uso y disfrute del mercado interior han catapultado sus niveles de vida, matiza el Fondo, que augura otro lustro de prosperidad por la recepción de los milmillonarios recursos de Bruselas, el paulatino retorno de sus trabajadores que han cotizado durante años en economías más avanzadas de la Unión de donde han enviado remesas y que ahora aportarán talento profesional, laboral y productivo y a los intentos de sus gobiernos de mejorar la competitividad de sus empresas en este periodo de transición energética, avances en digitalización y reindustrializaciones masivas.
La propia Comisión Europea hace hincapié en este diagnóstico. Los fondos para inversiones y de desarrollo regional "han sido el instrumento de apoyo a la construcción de infraestructuras, a la sostenibilidad de sus sistemas sanitarios y educativos, a los planes y reformas económicas y a la evolución en investigación e innovación". Como resultado los socios del Este, en estos 20 años, "han modernizado sus patrones productivos, han impulsado la competitividad y han reducido la disparidad". A partir de una estabilidad que la generado "confianza inversora" en un espacio de oportunidades.
En este sentido, Bruselas destaca que "más de 2,7 millones de sus estudiantes han participado en los programas Erasmus", países como Eslovaquia, Lituania, Eslovenia o Letonia han logrado unas tasas de reciclamiento sostenible del 40%, el promedio de vida ha subido de 75 a 79 años y economías como Polonia y Malta han duplicado su tamaño, mientras otras como la eslovaca, la han incrementado en un 80%. Además de que han generado más de 26 millones de puestos de trabajo de nueva creación. Con ventajas en ambas direcciones. Porque el comercio hispano con los diez socios del Este ha aumentado en un 77% desde 2004.
(…) con rémoras ideológicas y políticas
Pero, quizás, el asunto en el que los socios del Este han contribuido a una involución democrática ha sido en el alumbramiento de la extrema derecha. No ha sido la única latitud. En Escandinavia, varios países del centro europeo y, en los últimos años, en los socios mediterráneos -con Italia, Grecia y España a la cabeza- la irrupción de formaciones nostálgicas del nazismo o del fascismo, ha sido fulgurante. Hasta el punto de alcanzar la jefatura del Gobierno italiano y con un refuerzo social que anticipa una legislatura en el futuro Euro-Parlamento sin cordón sanitario alguno por parte de los partidos conservadores. Sin embargo, el Este encendió una de sus mechas. En torno a la figura del primer ministro húngaro, Víktor Orbán.
El ideario de Orbán, en el poder desde 2010, ha enaltecido el odio hacia los inmigrantes, hacia el colectivo LGTBI, reanudado los movimientos antiabortistas y ganado para la causa nacional-populista las iniciativas para controlar jueces y medios de comunicación, controlar instituciones como el Ejército o los Tribunales Constitucionales e impulsando cambios en las leyes electorales. Además de promover vínculos con la Rusia de Putin.
Aun así -dice Karl-Heinz Paqué, experto de la Friedrich Naumann Foundation for Freedom- los dos decenios de integración han sido "un éxito sin precedentes" que añade optimismo a futuras adhesiones, teoría que comparte la analista Heather Grabbe, del Instituto Bruegel, en una etapa en la que "las tensiones geopolíticas y la resistencia doméstica" en Europa "demandan mayores esfuerzos integradores en el club y nuevos estatus de acogida hacia otros candidatos".
Turquía, aspirante desde 1999, pero con sus aspiraciones congeladas, ha vuelto a la palestra de Bruselas. Al igual que Macedonia del Norte, con invitación de ingreso desde 2005, Montenegro (2010), Serbia (2012), Albania (2014) y, por supuesto, Moldavia y Ucrania desde 2022, a raíz de la guerra rusa contra su vecino y las amenazas invasoras vertidas contra la también ex república soviética. Por último, Bosnia Herzegovina, Georgia y Kosovo presentaron sus candidaturas en 2022.
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Fondo Monetario Internacional (FMI)
Comisión Europea
Friedrich Naumann Foundation for Freedom
Instituto Bruegel
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