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Shin-Okubo, una isla multicultural en un Japón históricamente cerrado

A pesar de sus avances tras integrarse en el resto del mundo, las fronteras japonesas siguen cerradas en muchos aspectos sociales y culturales.

Shin-Okubo, una isla multicultural en un Jaón aún cerrado en parte al mundo
El barrio de Shin-Okubo en Tokio, Japón. Arthur Perset / AFP

—¡Voy a abrir las fronteras!

Esta frase la repite de manera persistente Kozuki Oden, uno de los personajes de la serie de anime más popular del mundo: One Piece, con más de 500 millones de números de manga vendidos en todo el planeta. Y no es una frase casual.

No habla de las fronteras de Japón, sino de las del reino ficticio de Wano, poblado por ninjas, samuráis y geishas, y un malvado shōgun que quiere mantener las fronteras cerradas, tanto para salir como para entrar, excepto para la importación de armas.

El nombre del país imaginario que Oden quiere abrir en este popular manga está formado mediante un ingenioso juego de palabras, algo muy común en la cultura nipona. Los sonidos que forman Wano Kuni (Reino de Wano en japonés) significan algo así como "nuestro país".

Y es que el período conocido como sakoku (鎖国, traducción literal: "país con candado") sigue siendo una época fundamental de la historia japonesa, un período de más de dos siglos que todavía resuena con fuerza en el presente.

Japón se cerró al mundo en 1639. Se mantuvo así hasta 1853, cuando abrió ciertos puertos al comercio por imposición de la fuerza militar estadounidense, y en particular por las amenazas del ejército del comodoro Mathew Perry (sí, como el de Friends), que se presentó en la bahía de Tokio con un componente de barcos militares. Amenazó con volver en un año y bombardear la ciudad si no se permitía a Estados Unidos comerciar con Japón.

Pero, como en casi todas las historias, es mejor comenzar por el principio.

Según la leyenda, los dioses Izanagi e Izanami, en el principio de los tiempos, partieron el mar con su lanza y crearon las islas de Japón. Desde ahí, hasta aproximadamente el siglo XII, la figura del emperador, heredero de la diosa del sol Amaterasu, fue la principal fuente de poder. Se le consideraba la representación física y celestial del propio país, una suerte de dios, el país hecho carne. Pero en este siglo XII, tras una serie de revueltas, pierde poder a favor del shōgun, una figura similar a la de un gobernador militar.

El emperador pasa a ser una figura simbólica. A ratos recupera el poder y a ratos lo pierde, pero durante cuatro siglos se alternan períodos de poder imperial con otros en los que los líderes de la clase samurái gobiernan el país, con pocos de unión y muchos de división en reinos beligerantes.

En el siglo XVI, aparecen en las costas del sur de la isla los primeros occidentales. Ellos buscaban el legendario país más al este del imperio de China, Cipango. Esta era una deformación traída por Marco Polo a Europa de la pronunciación en mandarín de los caracteres para "sol naciente", el nombre en japonés del propio país. Nuestra palabra actual, Japón, deriva de la expresión malaya Japang, tomada de un dialecto chino del sur, y a su vez transformada por los portugueses a Japão. Una especie de globalización renacentista.

Los misioneros portugueses y jesuitas llevaron consigo el cristianismo, las barbas y las armas de fuego. Un detalle irónico de esta llegada es que la pólvora, inventada siglos antes en China, se expandió desde su nacimiento hacia el oeste con lentitud, y acabó volviendo al país vecino del "imperio del medio" dando un enorme rodeo.

Un historiador japonés que estuvo presente en ese primer encuentro, describió a los occidentales como "criaturas indescriptibles, similares en forma a un ser humano, pero que se parecen más a duendes de nariz larga".

El cristianismo al principio fue entendido como poco más que una versión mal comprendida del budismo, traída por los habitantes de Barbaria del sur. Se organizaron debates teológicos, y se introdujeron las tecnologías bárbaras en los ejércitos japoneses.

La expansión del catolicismo fue lenta, pero suficiente para que el shōgun prohibiese su práctica, y obligase a los cristianos de la isla a elegir entre dos opciones: pisar una imagen de la cruz o ser torturados y, en muchos casos, ejecutados frente al volcán Unzen, cerca de Nagasaki. Estas escenas fueron inmortalizadas por Martin Scorsese en su película Silencio.

Con los rifles, la isla de repente parecía poco. Japón intentó dos conquistas fallidas de la península de Corea. La relación entre Japón y su país vecino siempre sería turbulenta, otro evento que se mantiene hasta el presente. Poco después de estos dos intentos, el shōgun Tokugawa, conocedor ya de las armas occidentales, y de la férrea convicción de sus religiosos, estableció el sakoku, cerrando los puertos del país. Nadie podía salir ni entrar, bajo pena de muerte.

Hoy en día, el viejo Edo, capital establecida del shōgunato para huir del poder religioso en Kioto, en un movimiento similar a la salida de Toledo por parte de los reyes españoles, se ha convertido en Tokio, una maravillosa ciudad cuya área metropolitana alberga a cerca de 40 millones de personas.

Cada barrio funciona, a nivel legal, como una ciudad distinta. En realidad, cualquier otra forma de gobierno sería imposible. Shinjuku tiene más habitantes que Vigo. Setagaya, otro de los barrios-ciudad, tiene una población bastante superior a la de València.

Shin-Okubo, parte de la ciudad de Shinjuku, es un barrio no demasiado grande, pero particularmente interesante en lo cultural. Su población es de las más diversas de la ciudad. Es fácil, paseando por sus calles, oír coreano, nepalí, o bahasa malayo. Está repleto de academias de enseñanza de japonés para extranjeros, tiendas de cosmética coreana, productos de idols de k-pop, y restaurantes de bibimbap o de comida halal. También, cómo no, aparecen los productos típicos de un barrio juvenil tokiota. Desde figuritas, tanto en bolas transparentes en máquinas expendedoras como en tragaperras con gancho, de las series populares del momento (incluyendo, claro, One Piece), hasta Pachinkos, karaokes, o bares de pinchos repletos de cervezas y sakes y highballs de güisqui con soda.

A pesar de todo la mezcla de este barrio, los matrimonios con al menos un miembro de la pareja de una nacionalidad extranjera representan tan solo en Japón en torno al 4%. En España, según datos del INE, este número asciende hasta más o menos el 20% del total de matrimonios.

Además, como anécdota bastante ilustrativa, en el top 50 de Spotify de Japón, al menos en el momento de escribir este texto, todas las canciones de la lista son de artistas nacionales.

Y es que la relación histórica de Japón con el resto del mundo ha sido, como poco, compleja. En particular, con sus vecinos. Por un lado, un océano enorme, el Pacífico, el más grande del mundo. Por el otro, Corea, China y Rusia.

Las fronteras abrieron para los extranjeros en 1854. La apertura para la salida de los propios japoneses tardaría todavía doce años más. Poco tiempo después, en 1868, comenzó la restauración Meiji que, mediante el uso de armas occidentales, restauró definitivamente el poder imperial, acabó con el sistema de castas y con el dominio de los samuráis, y comenzó la modernización tecnológica de Japón. Esto incluía, por supuesto, el desarrollo de la industria armamentística. Los comportamientos del dinero son similares a través del mundo.

En 1904, poco después del comienzo de este desarrollo militar y del paso enormemente veloz de la katana al tanque, Japón fue a la guerra con una potencia europea: Rusia. La victoria japonesa un año después supuso la primera derrota infligida en una guerra por una nación asiática a una europea. Parte del acuerdo de paz con Rusia implicaba el dominio japonés sobre el sur de Manchuria, la mitad sur de la isla Sajalín y la península de Corea, que pasó a ser un protectorado japonés. Fue anexionada formalmente al imperio naciente en 1910, que la explotaría de manera violenta hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial.

Durante estas tres décadas y media, de 1910 hasta 1945, el imperio japonés se expandió mediante el uso de la fuerza, en la forma de la "Esfera de Co-prosperidad de la Gran Asia Oriental", desde Corea hasta Birmania. El trato de los ciudadanos de muchos de estos países fue terrible, llegando a producirse masacres como la de Nankín, en China, una de las peores de la guerra, y abusos terribles como el de las mujeres de compañía en Corea, esclavas sexuales de los soldados japoneses.

Japón emitió una disculpa formal a Corea en 2015, y pagó a las pocas mujeres de consuelo sobrevivientes. El entonces presidente Shinzo Abe, sin embargo, también visitó el templo dedicado a los criminales de guerra que perpetraron ese mismo plan, y que fueron declarados como responsables de varios crímenes de guerra en el continente asiático.

El gobierno imperial de Japón, durante su dominio de la península coreana, confiscó tierras en masa, forzando a muchos agricultores a la emigración. También reclutó forzosamente a muchos coreanos para trabajar como mano semi-esclava en las minas de Yoshikuma, entre muchas otras.

Pero, como en tantas relaciones de vecindad, no todo es negativo. Al menos hoy en día. Desde la década de los 90, y esta es una tendencia al alza, la cultura coreana provoca fervor en Japón. La llamada "ola kanryu" en Japón, trajo consigo series de culto, éxitos musicales y otros productos relacionados con la cultura, pero todavía persiste una separación casi racial, que se puede intuir en cosas como el término zainichi, que significa algo así como "residente temporal", y que se aplica a los japoneses de etnia coreana, establecidos en el país desde la Segunda Guerra Mundial, y todavía no considerados completamente japoneses.

En el presente, tanto Japón como Corea del Sur pertenecen al mismo bloque geopolítico, el occidental, y tienen muchos intereses comunes, como su enemistad con Corea del Norte, o su rivalidad regional con China.

Una relación difícil que se acentúa por el severo problema demográfico de Japón, y que pronto compartirá Corea. Tiene una de las poblaciones más envejecidas del planeta, una altísima esperanza de vida y una bajísima tasa de natalidad. Una combinación peligrosa. Se estima que para mediados de la década de 2030 a 2040, Japón tenga serias dificultades en pagar las pensiones, debido a la reducción de la fuerza de trabajo, a la inflación y al estancamiento del sistema productivo japonés.

A pesar de todos estos números, fuera de las grandes ciudades, las encuestas revelan que la mayoría de los japoneses no desean un aumento de la inmigración, sino más bien lo contrario, salvo en el caso de que estas personas sean descendientes de japoneses emigrados. De hecho, un 40% de residentes extranjeros afirman haber sido discriminados a la hora de comprar o alquilar un piso, a pesar de dominar el idioma. A su vez, las condiciones para obtener un visado de trabajo siguen siendo muy estrictas.

Sin embargo, el debate de más o menos inmigración no es demasiado prevalente en la sociedad nipona. Este es un país que, desde la firma del emperador Hirohito en 1945, en la que aceptaba que él no era ningún tipo de dios ni lo serían sus herederos, y la creación de la nueva constitución que establecía una suerte de democracia liberal con economía de mercado bajo el paraguas estadounidense, ha sido fundamentalmente mono-partido, gobernado por una coalición conservadora y liberal. De hecho, el Partido Liberal Democrático sólo no ha gobernado Japón desde su fundación en 1955 durante un total de cuatro años.

En 1960, Inejirō Asanuma, un político muy crítico con Estados Unidos y entonces favorito a la presidencia, del Partido Socialista de Japón, fue asesinado mientras debatía con su rival del Partido Liberal Democrático. El ataque fue retransmitido en directo por televisión.

Su rival, Ikeda, tras el atentado, moderó su discurso, y acercó sus modismos, e incluso sus políticas, hacia las de su difunto adversario. Desde entonces, poco a poco, el partido de izquierdas redujo su presencia en la dieta, siempre gobernada por la coalición del Partido Liberal Democrático, hasta desaparecer completamente en 1996.

Y es que en el mundo ficticio de One Piece, el sueño de Kozuki Oden sigue sin cumplirse. Las fronteras siguen cerradas.

Aunque las de Japón están más que abiertas desde aquella imposición estadounidense del comodoro Perry, y el país es uno de los más visitados por el turismo del mundo, todavía se oye un eco. Pero como todo, cada día es un poquito más viejo.

—¡Voy a abrir las fronteras!

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