Opinión
Los calcetines de Bretón


Por Silvia Nanclares
Escritora
-Actualizado a
En el fragmento de El odio (Anagrama, 2025) publicado en un medio digital la semana pasada, se puede leer cómo el autor manda a su madre y a su hermana a comprar calcetines para José Bretón. Lo hace porque él “no tiene tiempo”. Ellas lo hacen gustosas. Y con ese detalle, pretendidamente entrañable, se muestra cómo la empatía que siente el autor por el asesino se contagia a las mujeres de su familia. Esta certeza, sentir que tú no tienes tiempo para algo tan nimio pero las mujeres más cercanas a ti sí lo tendrán, está en la base de la desigualdad más acuciante de la cotidianidad compartida: el trabajo del sostenimiento de la vida –los cuidados– en nuestra sociedad los realizamos en su inmensa mayoría las mujeres. Ya sea en las parejas, crianza, familias, lugares de trabajo, activismo, grupos, proyectos... Vamos, lo que se conoce como carga mental y trabajo emocional. Los calcetines de Bretón me han hecho pensar en cómo las mujeres, –socializadas para escuchar, contemporizar, ayudar al otro– seguimos a estas alturas lavando los trapos sucios del patriarcado. Desde ir a terapia y/o animar a ir a terapia hasta escribir sobre antipunitivismo pasando por escribir esta columna o investigar para redactar informes con recomendaciones para hacer una comunicación feminista que no dañe más aún a las víctimas en casos de violencia machista. Por ejemplo. Picando piedra y compartiendo saberes para que las cosas dejen de hacerse tan rematadamente mal desde la Prehistoria. Mientras, al otro lado se escucha un gran cri-cri. Siempre aparecemos en medio de sus relatos y comunicados de redención masculina: mediando, acompañando, haciendo pedagogía, tratando de comprender, defendiendo a amigos, compartiendo herramientas de las que nos hemos dotado tras años de pensamiento y práctica feminista. Dejándonos la energía y el tiempo. En fin, comprando los calcetines.
Si tan solo este autor, en su fase de documentación, se hubiera acercado a cualquier grupo o red de apoyo de una superviviente de violencia vicaria –ni siquiera tenía que haber sido el de la propia Ruth–, hubiera comprendido lo que sabe cualquiera que haya tratado de hacer, con la mejor de sus voluntades, algún acto de denuncia pública o narración de esta violencia: en primer lugar y en el centro ha de estar siempre el respeto por la memoria de las criaturas asesinadas y el bienestar de la madre superviviente. La única pregunta pertinente es: ¿le hará bien esto a ella? O, al menos, ¿y si le hace mal? Cualquier otra estrategia vulnerará su derecho y necesidad más obvia: que toda acción sea reparadora, y no instrumentalice ni amplifique el daño. Se llama revictimización. Y se puede producir con un titular, con un gesto, con un libro, y hasta con un bienintencionado acto de apoyo o denuncia. Autor o editorial debían haber preguntado a psicólogas, juristas, expertas, periodistas o asociaciones feministas. A cualquiera de esas mujeres que además de apoyar incondicionalmente a la víctima tienen que seguir protegiéndola de daños como el que la campaña previa a la publicación de El odio ya le ha causado.
El propio título de El odio o tildar a Bretón como monstruo invisibilizan la violencia estructural que se quiere analizar, que es la violencia machista. Llamadme simplista pero la única explicación de estos crímenes es la misoginia. Para este viaje no hacían falta tantas alforjas, ni siquiera 177 páginas en papel ahuesado. ¿Por qué hablar de violencia extrema en general pudiendo hilar más fino? ¿Por qué hacernos los suecos en un tema en el que, además, somos país pionero y vanguardia? La protección a las víctimas está bien clara en la Ley Integral de 2004, y más aún en sus modificaciones de 2021, donde por fin se reconoce a las víctimas de violencia vicaria como lo que son, víctimas de violencia machista. Muchas mujeres llevan años picando piedra en esto para cuidar las narrativas de dicha violencia en medios, por ejemplo. ¿Tan difícil era aprender algo desde lo literario/creativo? La libertad de expresión no está reñida con los códigos éticos que nos hemos procurado durante años entre todas y todos después de mucho ensayo/error, de haberla cagado fuertemente, por cierto.
Hablar de censura y de libertad creativa es volver a mirar para otro lado. La única solución es pedir perdón, recoger cable y volver a empezar. Nadie está diciendo que no se pueda abordar la violencia vicaria en una obra literaria, ni mucho menos, de hecho, sería una indagación más que deseable. Se está señalando que dañando a las víctimas no se puede hacer. Hoy día, sin ir más lejos, ¿a algún autor o periodista se le ocurriría escribir sobre la DANA sin visitar Catarroja? ¿O sin hablar de cambio climático? Tal vez a Mazón o a cualquier otro negacionista. Pienso en la reciente serie Nos vemos en otra vida (Disney+, 2024): donde el relato sobre el 11M se centra en las figuras de los personas que procuraron los explosivos para detonar los trenes. El antídoto en este relato es la reconstrucción ficcional a partir de una entrevista sumado al trabajo con otros testimonios y archivos. Además de las conversaciones mantenidas con las asociaciones de víctimas durante la producción. Del 11M fuimos, de alguna manera, víctimas todas, y el cuidado para narrar esa herida colectiva se percibe en la serie, que, desde mi punto de vista, no amplifica el daño si no que ayuda a comprenderlo. ¿Por qué no nos sentimos todos afectados por la violencia vicaria? ¿Por qué individualizar una violencia que es estructural? Como sociedad, ¿no nos está mostrando la violencia machista y vicaria lo equivocado de un sistema que descansa sobre la pura misoginia y la certeza de dominación y posesión de un género sobre otro?¿Por qué el autor de El odio se siente ajeno a la violencia del sistema patriarcal? Es proverbial la representación de la misma con la imagen del iceberg, en la punta están los asesinos y maltratadores, en la base, inmensa y capilarizada, estamos todos y todas, recibiendo o perpetrando violencias. Y en lo más bajo y más desprotegido de esa pirámide está la infancia. Visibilizar esta inmensa base en todos los ámbitos de la sociedad está siendo uno de los trabajos titánicos que está haciendo de un tiempo a esta parte el feminismo. Después de las víctimas, o además de, la violencia machista y la violencia vicaria debilitan, por no decir rompen, a las comunidades en las que se producen. Y la carga mental de reparación de daños de estos estropicios las seguimos haciendo las mujeres. Seguimos comprando y lavando los calcetines sucios del patriarcado. ¿Cuándo sacaréis de una vez tiempo para ocuparos vosotros? Realmente, es importante y es ahora.
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