Opinión
El goce contra su odio

Directora de la Fundación PorCausa
La migración irregular en España tiene un perfil mayoritario: es mujer, de entre 30 y 50 años, latinoamericana. Más del 58% de las personas en situación irregular son mujeres, aunque este grupo no sea el más relevante en las coberturas mediáticas. Les acompañan en este silencio informativo los menores hijos de familias sin papeles, que podrían superar los 140.000 niños y niñas en nuestro país.
Resulta espeluznante trasladar hacia mujeres y menores los comentarios de odio que se construyen contra la migración irregular, los insultos y las soluciones desalmadas tipo "se merecen todo lo malo que les pase, que no hubieran venido sin papeles". Pero esto es lo que lleva sucediendo, de forma creciente, durante más de una década, sin que la opinión pública sea realmente consciente de lo que está construyendo; cada vez que acepta un argumento demagógico y simplista adicional, ese odio, macro o micro, habla de mujeres y niñas y niños.
Las mujeres son también las grandes luchadoras del colectivo de migrantes en situación irregular, muy por delante de los hombres. Durante los últimos 20 años se han organizado en sindicatos como Territorio Doméstico y Servicio Doméstico Activo (SEDOAC) y están también a la cabeza de movimientos informales como Regularización Ya. Recuerdo la primera vez que escuché hablar a Carolina Elías como representante de SEDOAC. Me resultó tan esperanzador. Contaba cosas inspiradoras pero además lo hacía con una franqueza y una paz inmensas. No había miedo ni tapujos en sus palabras. Yo soy una mujer que ha navegado siempre por espacios de dirección y liderazgo, la mayoría de ellos con ambientes extremadamente heteropatriarcales. En esos entornos las mujeres hemos acabado construyendo sobre mucha autocensura. Todo lo que no hemos dicho es el resultado de todo lo que los hombres sí han podido decir.
Por eso, escuchar a Carolina aquel día hace siete años hablar con esa claridad y esa fuerza me hizo sentir cobarde y fuerte al mismo tiempo. Cobarde porque yo lucho por ser reconocida desde una posición privilegiada. Soy mujer pero soy blanca, universitaria, hablo muchos idiomas. Cuando tuve que migrar lo hice con mi DNI, en un espacio europeo que me abrazaba. Me costó unos meses encontrar mi camino, pero salvo la incertidumbre, no tuve mayores contratiempos. Carolina Elías vino a España a hacer un posgrado y acabó limpiando casas. Convirtió su desgracia –la de no recibir reconocimiento por su formación y sus capacidades– en virtud. Lideró la formación de SEDOAC desde 2014 a 2023.
Cuando ves alzar la voz con esa contundencia a alguien así –que ha emprendido un camino como el tuyo, pero sin casi ninguno de tus privilegios– te sientes inevitablemente poco valiente. Pero al mismo tiempo su generosidad te abraza y te permite sentir que formas parte de su lucha y su discurso. Entiendes que al espanto de migrar en las condiciones inhumanas que se han construido en estos últimos años, se suma la dificultad de ser mujer en este mundo tan machista. Ahora es concejala del Ayuntamiento de Madrid, me la encontré el otro día oficiando la boda de mi amiga María. Y me sentí fuerte y orgullosa de vivir en un país en el que alguien como ella ocupa un cargo público.
En España la mayoría de la población migrante femenina es de origen latinoamericano. De hecho, la migración latinoamericana está compuesta por un 53,42% de mujeres, según los datos del INE. Muchas trabajan en servicios de cuidados. Los cuidados son extractivistas: quitan madres a los países de origen para dotar a los países más pudientes de empleadas del hogar que limpian, cocinan, cuidan a ancianos y niños. También se absorbe el talento de mujeres que tienen grandes profesiones en su lugar de origen y aquí solo pueden dedicarse a los cuidados. Tengo tantas amigas periodistas, cineastas, investigadoras, limpiando casas que ya no me quedan dedos para contarlas. Ese sector laboral es, además, precario y muy informal, en el que la irregularidad permite mantener precios muy bajos para un trabajo muy duro.
El sistema está hecho de tal forma que para que unas mujeres podamos ejercer nuestra profesión, otras no podrán trabajar en aquello para lo que se formaron. Sin duda, sucede algo parecido con todas las profesiones no cualificadas, que son cada vez más ocupadas por personas migrantes, muchas de ellas cualificadas. Pero en este mundo heteropatriarcal, los cuidados son femeninos y representan una necesidad creciente en sociedades envejecidas como la de España, donde el 20,4 % de la población tiene más de 64 años y la tasa de dependencia ahora mismo es del 0,31 y subiendo.
Teniendo todo esto en cuenta se puede entender el miedo que existe en ciertos círculos a perder el control sobre las mujeres y de las personas migrantes. Sobre nosotras reposa el bienestar de millones de personas. El problema es que se trata de un modelo social insostenible construido sobre la pérdida de derechos de colectivos que abarcan a muchísimas personas para que otro número reducido pueda vivir con todos sus derechos y un gran número de privilegios.
Este sistema no se puede sostener si las mujeres optan de forma equitativa a trabajos y puestos, y si las personas migrantes acceden con las mismas garantías al mercado laboral. Los derechos de unas amenazan los privilegios de otros, que se creen que serán más felices dentro de un modelo más desigual que dentro de un modelo de derechos colectivos compartidos. Así aparece ese odio contra todo lo que pueda deshacer el statu quo, esa narración enrevesada y antinatural que cuenta una historia que no tiene sentido antropológicamente, en la que el bien individual se puede obtener fuera del bien colectivo.
Este relato representa y favorece a un colectivo minoritario, el de los hombres blancos. Unidas en nuestra diversidad las mujeres somos muchas más. Pero el relato del odio está diseñado para ser destructivo. Es muy difícil soportar el peso de insultos y amenazas sumados a la precariedad y la falta de oportunidades. Da igual que sea un grupo minoritario el que insulta. Recibir odio es agotador.
Dice la periodista Eileen Truax que ser feliz es hoy en día una de las formas más radicales de resistencia. Yo también lo creo. La única forma que tenemos de enfrentarnos realmente a toda esta destrucción narrativa es construir otro marco, otra historia, en la que los roles sean diferentes, la construcción social se haga de otro modo y el éxito se entienda desde otro prisma.
Para ello necesitamos primero estar fuertes y con ganas de construir. Y por eso necesitamos darnos la oportunidad de gozar, de ser felices, de celebrar la vida. Hacerlo no hará que desaparezcan los problemas pero nos permitirá hacerles frente con mucho más vigor. Nos merecemos el goce, nos merecemos bailar, cantar, abrazarnos y caminar juntas. Esta es la base de la propuesta que ha desarrollado la periodista y escritora argentina Luciana Peker dentro del ciclo del 8M que propone este año el equipo de género de la Fundación porCausa. Así se acuñan las narrativas de goce, que aparece como un término provocativo con el fin de ilustrar una forma de resistencia indispensable en estos momentos cruciales para todas.
Mi goce para denunciar tu decadencia, mi amor para parar tu odio. Estos pueden ser los lemas más antisistema que escuchemos durante este mes que empieza en el que todas las mujeres tenemos que recordar que merecemos ser libres para elegir lo que queramos, merecemos ser queridas y reconocidas, y merecemos estar unidas y disfrutar de la vida en toda su plenitud.
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