madrid
Fue el disco que captó el espíritu de una generación con un sonido adictivamente sucio y unas letras que destilaban una rabia desbordante, un existencialismo posadolescente y un sentimiento amargo cuyo prefijo denotaba negación: desencanto, desesperanza, desvergüenza, desengaño, desamor... Los Planetas iban a la contra, pero Super 8, publicado por BMG Ariola en 1994, era ariete y vanguardia de un indie incipiente que, cabalgando la ola de la multinacional, se convertiría en la banda sonora juvenil de una inmensa minoría.
Esa actitud antagónica se reflejó en el uso del español, cuando en la escena alternativa imperaba el inglés. Un acierto, porque el mensaje podía ser coreado fácilmente, de modo que las letras se incrustaron en los oídos no como canciones, sino como himnos. También funcionó el alma punk, donde la sustancia primaba sobre el virtuosismo. La experimentación —o la esponja que absorbía nuevos referentes— frente a las fórmulas manidas y al mainstream. No mirar de frente y dar la espalda: shoegaze y el bajo oculto de May. La voz susurrante y casi ininteligible —en directo— de Jota.
"No sé cómo pudimos hacerlo, pero nada más escuchar el disco pensé que era una piedra en bruto. No un diamante, porque no estaba pulido: sin retoque alguno y muy visceral", recuerda el productor de Super 8, Fino Oyonarte, cuya intención fue plasmar la identidad —también personal— del grupo granadino, de modo que las canciones sonasen a sus propios miembros. Y lo consiguió, pese a los limitados medios de los que disponía para la grabación, como refleja el estruendo y el quejido descarnados del revolucionario álbum de debut de Los Planetas.
Tan fresco que helaba. Ruidista, pero melódico. Distorsión y escapismo. Lo onírico y los paraísos artificiales. Un espacial anticipo de la lisergia y la psicodelia, futuro sello del grupo, reforzado entonces por la icónica portada de Javier Aramburu: click, pop, ¡bum! Más adolescente que infantil —por los muñecos de Playmobil a los que recurrió el diseñador gráfico— la letra de 10.000 ("Me dice ven, / ¿quieres hacerlo con mi amiga? / No está nada mal. / Vamos a hacerlo con mi amiga / tiene quince años ya").
Entronca con Mi hermana pequeña, incluida en el iniciático epé Medusa, y hoy serían objeto de revisión si el censor de turno apelase a la literalidad, aunque antes tendría que enjuiciar un ingente cancionero previo y posterior donde figurarían Quince años tiene mi amor y autores como Manolo y Ramón. Volviendo al autor de las portadas, con la de Super 8 imprimió el sello de la estética indie, no solo de Los Planetas, sino también de otras bandas como Le Mans, Family, La Buena Vida, Le Mans, Sexie Sadie, Chucho y, antes, los seminales Surfin' Bichos.
Ahora que se cumple su trigésimo aniversario, el disco será interpretado íntegramente por el combo granadino en varios festivales. A continuación, tres músicos pertenecientes a distintas generaciones analizan lo que supuso la publicación de su ópera prima para ellos, musical y personalmente, así como para la evolución del pop y del rock español. Fino Oyonarte, productor del álbum y bajista de Los Enemigos, desde la veteranía. Rodrigo Caamaño, cantante y guitarrista de Triángulo de Amor Bizarro, como —casi— coetáneo. El letrista de Biznaga, Jorge Navarro, quien entonces era un niño, desde la distancia.
Fino Oyonarte: "El 'Super 8' sigue siendo un disco brutal"
"El paso del tiempo ha demostrado que el disco de una banda con buenas canciones y las cosas claras mantiene su vigencia", explica el productor de Super 8, quien relata el proceso de grabación. "Me basé en su sonido y en sus referencias. Me pasaban casetes con los grupos que les gustaban, de Sonic Youth a The Pixies, y aprendí mucho con su cultura musical, que era impresionante y se transmitía en sus canciones. Mi trabajo consistió en sacar adelante lo que tenían en la cabeza".
"Era una banda muy peculiar. Recuerdo un directo en la sala Maravillas alucinante. Australian Blonde sonaban muy bien y Los Planetas eran caóticos, una mezcla de la Velvet Underground y Spacemen 3, psicodélicos y muy orgánicos. Me gustan los discos de los sesenta grabados en pocos días y que mantienen la frescura. El reto pasaba por sacarles sus texturas en aquel álbum de debut, por lo que me dejé llevar por la intuición, intentando que estuviesen a gusto en el estudio, algo muy importante".
"Allí dentro, el grupo debe luchar por lo que quiere transmitir. Y el productor puede darle un toque en sintonía —o no— con lo que pretenden hacer, aunque lo fundamental entonces era acercarse a lo que ellos tenían en mente. ¿El resultado? Entonces tuvo un gran impacto, pero lo escuchas ahora, treinta años después, y sigue siendo brutal. Marcó un momento muy especial, también generacionalmente, porque Super 8 no tenía nada que ver con lo anterior. Producirlos fue muy potente, porque éramos jóvenes y vivíamos el presente".
"La energía y la sensación que transmitía el grupo en ese momento eran increíbles. Me gustó compartir el ritual de la grabación, porque ahora es diferente, se graba más en casa y tal. Sin embargo, aquello consistía en pasar varios días juntos encerrados en el estudio, intentando reflejar el espíritu y la interpretación de las canciones en ese preciso momento [cuando Fino grababa al mismo tiempo un disco de Los Enemigos en Sonoland y llegó a dormir bajo la mesa de mezclas del estudio]. El resultado fue muy importante a nivel generacional y musical, por lo que no dejaba de preguntarme: ¿cómo pudimos hacer esto?".
Sobre su pericia con los instrumentos, Fino Oyonarte es tajante: "No tocaban mal, tocaban como tocaban. Llevaban poco tiempo y sonaban así, pero fíjate en el sonido actual de Los Planetas... Es el mejor grupo de rock underground o alternativo de este país. Y, entonces, ya demostraban que eran de los pocos que sabían contar qué le pasaba a la gente de su generación, reflejando su malestar. Por no hablar de la experimentación, porque no había bandas similares y ellos ignoraron la moda de cantar en inglés. Ahora todo es indie, sin embargo aquel indie no tenía nada que ver con el actual. Era una verdadera escena".
Rodrigo Caamaño: "Me abrió la puerta a un mundo oscuro"
Hasta entonces escuchaba metal y el Super 8 lo guio por una nueva senda musical cuando se adentraba en la mayoría de edad. No cabe duda de que Rodrigo Caamaño, pese a su previa filiación heavy, estaba abocado a engrosar el público objetivo de Los Planetas. "Lo que más me chocó es que era un disco con letras que no iban dirigidas a preadolescentes, mientras que las de otros grupos alternativos de la época tenían un componente infantil, para todos los públicos", explica el cantante y guitarrista de Triángulo de Amor Bizarro.
"En cambio, Super 8 sí que me estaba hablando, al contrario que esa música blanca de radiofórmula camuflada de malota por su rollo ruidoso. Los Planetas, sin embargo, me abrieron la puerta a un mundo oscuro. Tenían ese toque de peligro, que resulta fácil de disimular, pero muy difícil que sea de verdad. Por eso entonces me marcó tanto el disco y, ahora, me trae tantos recuerdos de aquellos años, un momento de grandes cambios, cuando dejas atrás la adolescencia".
"La conexión fue tal que empecé a escuchar otra música y, como banda, vimos el camino. No era el rock típico de la época, sino algo desconocido. Alejado del tópico, encarnaba el antirrock, justo lo que buscaba. Super 8 fue un álbum fundacional y Los Planetas, un grupo real, pese a que en su día se le acusase de lo contrario. En cambio, aquel disco no era inofensivo, sino muy al contrario. Ellos, al igual que otros como Surfin' Bichos, aportaban profundidad y me introdujeron en una música para minorías".
"Entonces no sabías muy bien dónde situar a Los Planetas, hasta que con el tiempo se convirtieron en un género en sí mismo". Aunque Rodrigo Caamaño matiza que Triángulo de Amor Bizarro estableció una barrera para no contagiarse estilísticamente ni copiar al combo por el que sentían adoración, sí reconoce que fue una "influencia fundamental" para las bandas de entonces: "Esa hornada del indie que entonces vagaba por el desierto y que no arrastraba a tanto público. Luego explosionó y se convirtió en lo que conocemos".
"En realidad, lo que más me influyó era lo que transmitían: tenían una visión muy clara de lo que querían y lo hicieron contra viento y marea. Entre el rock urbano y la radiofórmula, crearon un nuevo público alternativo. Era muy complicado que la gente entendiese aquel disco, pero sin embargo conectó con el público. Super 8 es buenísimo, marcó una línea y sigue influyendo a algunas formaciones contemporáneas. Poco más que decir: Los Planetas es uno de los grupos de mi vida".
Jorge Navarro: "Los Planetas captan el espíritu de su tiempo"
Jorge Navarro era un crío cuando se publicó Super 8 y no se embarcó en la nave planetaria hasta que escuchó, ya en la universidad, Encuentros con entidades (RCA-BMG, 2002). Entonces, comenzó a escuchar los discos anteriores de la banda granadina, hasta que profundizó en el álbum de debut de Los Planetas. Suciedad, distorsión, voz incomprensible y, a mediados de los noventa, cuestionables directos, pero funcionó: "Influyen muchos factores, porque la música no es una ciencia exacta", afirma el bajista y letrista de Biznaga.
"Super 8 es un disco generacional y ellos encarnan al grupo bisagra entre la resaca de la movida y los primeros coletazos del indie. Ninguna banda como Los Planetas supo capturar el nuevo espíritu de su tiempo, las influencias anglosajones, meter todo en la coctelera y regurgitarlo a su manera, con letras muy dignas y en castellano, cuando en aquella época se cantaba en inglés por complejo. Se nota que es un primer disco de juventud, para lo bueno y para lo malo".
"No solo captura el espíritu de una generación, sino que es una piedra angular del indie porque plasmó el sentimiento de la época. Lees las letras y percibes la angustia adolescente, entre lo místico y lo mórbido. Místico, por sus referencias a lo trascendental, ya sea el espacio o la religión. Mórbido, porque habla de esa confusión y malestar de carácter existencialista, que no tiene que ver con la política, sino que es más ambigua y emocional. Y, por ello, transversal, de modo que conecta con un mayor número de personas".
"Una mezcla muy de Jota, que se supone que alude a relaciones sentimentales, pero con digresiones en las que habla de las drogas con un aura de desarreglo de los sentidos. Super 8 es un cóctel muy atractivo, con grandes melodías, que comienza con una triada ganadora —De viaje, Qué puedo hacer y Si está bien—. Canciones que se convirtieron en himnos de la banda y que demuestran que tenían ideas. Por ejemplo, La caja del diablo, una de mis favoritas, es más difícil [supera los nueve minutos de duración]. Sin embargo, con ella te están diciendo: Sabemos hacer himnos pop, pero somos más que eso".
Las reflexiones de Jorge Navarro manifiestan que el álbum sigue vigente, pese a que no lo viviese en tiempo presente. "Se nota que querían componer un disco de noise alternativo, aunque acercándose a un pop más convencional, dentro de su estilo. Ahí están Lemonheads, Joy Division, Sonic Youth, The Jesus and Mary Chain y, menos evidentes, McCarthy o Teenage Fanclub. Y, por supuesto, The Velvet Underground, porque la manera de escribir de Jota tiene algo de Lou Reed", concluye el letrista de Biznaga. "Con una portada icónica que definió el indie de los noventa, Super 8 es un disco que el tiempo ha convertido en mítico".
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