Dos episodios ilustran a la perfección el torbellino político que ha experimentado Latinoamérica en 2023. A principios de enero, las hordas bolsonaristas asediaban las sedes de los tres poderes del Estado en Brasilia una semana después de la asunción de Lula da Silva, el renacido líder de los desheredados. Y en las postrimerías del año, Javier Milei, un extravagante economista de ultraderecha, se sentaba en el sillón de Rivadavia de la Casa Rosada tras venderles a los argentinos su particular bálsamo de Fierabrás para acabar con la crisis económica. A la brava o en las urnas, la derecha trumpista avanza en una región que emite síntomas preocupantes de inestabilidad.
Aunque todavía hay una mayoría de gobiernos progresistas en América Latina, los ciclos políticos son cada vez más cortos y no se vislumbra a medio plazo una hegemonía ideológica clara, como la que definió, por ejemplo, la primera década del siglo con la denominada marea rosa (Chávez, Lula, Evo Morales, los Kirchner, Mujica, Correa, etc.).
Frente a la pulsión transformadora de esos dirigentes, un exceso de pragmatismo ha permeado casi todos los gobiernos de izquierdas actuales. Mientras, los partidos conservadores tradicionales van cediendo espacio o, peor aún, se mimetizan con el populismo ultraderechista, principal beneficiario de la creciente desafección política y la crisis de representación.
No se vislumbra a medio plazo una hegemonía ideológica clara en América Latina
El 8 de enero miles de simpatizantes del expresidente Jair Bolsonaro emulaban a los seguidores de Donald Trump en el Capitolio y asaltaban, sin apenas resistencia policial, el centro del poder en Brasilia, esa futurista milla de oro administrativa que diseñaran en su día el urbanista Lucio Costa y el arquitecto Oscar Niemeyer. Los bárbaros tenían un plan: desalojar a Lula del poder. No pudieron consumarlo.
El exsindicalista estrenaba su tercer mandato después de haber pasado por la cárcel tras un caso de lawfare de libro. Su victoria electoral había sido ajustadísima, apenas dos puntos de diferencia ante un Bolsonaro muy reacio a abandonar la presidencia. La reciente inhabilitación del exmilitar hasta 2030 por un caso de abuso de poder deja fuera de escena a uno de los puntales de la ultraderecha latinoamericana, pero el bolsonarismo sigue pujante en Brasil.
Por razones diferentes, dos presidentes progresistas, el colombiano Gustavo Petro y el chileno Gabriel Boric, no podrán postularse a la reelección (lo impiden, con diferentes matices, sus respectivas normas constitucionales). Son, junto a Andrés Manuel López Obrador, los principales referentes de la nueva izquierda latinoamericana.
Tampoco el mandatario mexicano puede aspirar a un segundo sexenio. Pero mientras su partido, Morena (Movimiento de Regeneración Nacional), tiene prácticamente asegurado el triunfo en las elecciones de junio de 2024 (con Claudia Sheinbaum como candidata), en Colombia y Chile las ausencias de Petro y Boric pesarán mucho para la izquierda en las próximas citas electorales.
A Boric, el presidente más joven en la historia de Chile, se le acumulan los problemas. Hace poco más de un año veía cómo la Constitución progresista que había apoyado era rechazada por más del 60% de los electores. Ahora, aunque aliviado por el nuevo desaire en las urnas de una segunda propuesta constitucional, esta vez de sesgo derechista, Boric tiene que resignarse a concluir su mandato sin haber podido enterrar la Constitución de Pinochet, en vigor desde 1980 y varias veces parcheada.
Y eso no es lo más grave para el futuro de la izquierda en Chile. La primera fuerza del país es hoy el ultraderechista Partido Republicano, del pinochetista José Antonio Kast, quien, en caso de ganar los comicios en 2025, podría formar una poderosa alianza en el Cono Sur con el flamante presidente Milei de Argentina.
La era Milei
El mandatario argentino ejemplifica esa manera disruptiva de hacer política a través de las redes sociales con mensajes simples (y en muchas ocasiones falsos) que buscan interpelar a una ciudadanía harta de la vieja política. En sus primeras semanas de mandato, Milei ha demostrado que las promesas electorales son sólo una fórmula de marketing para llegar al poder.
Al 55% de los argentinos que lo votaron en la segunda vuelta les dijo que haría un ajuste fiscal para tratar de solucionar la grave crisis económica. Los recortes los pagaría la "casta" política, repetía hasta la saciedad, sin que se supiera a ciencia cierta cómo aplicaría su célebre motosierra. Muchos se creyeron a pies juntillas sus palabras.
Milei ha demostrado que las promesas electorales son sólo una fórmula de marketing para llegar al poder
El plan de choque aprobado dos días después de la asunción presidencial ha despejado las dudas. Como en el pasado, el ajuste recaerá sobre las clases populares, a las que las "fuerzas del cielo" que iluminan al mandatario les han bendecido con una devaluación del peso del 54%. La inflación se disparará en las próximas semanas (ya supera el 160%) y empujará a miles de personas a la pobreza.
El hombre que habla con su perro fallecido gracias a la intermediación esotérica de su hermana Karina, a quien ha colocado a dedo en la primera línea de la Administración, ha amenazado con reprimir duramente cualquier manifestación en contra de sus medidas. A la devaluación y el ajuste fiscal le ha seguido un decretazo que elimina derechos históricos de los trabajadores y abre la vía a la privatización de empresas públicas.
Son unas 300 normas desreguladoras que Milei quiere aplicar sin pasar por el Congreso, donde el oficialismo no tiene mayoría. Se trata del mayor abuso de poder que se recuerda desde el retorno de la democracia en Argentina hace ahora 40 años.
El hartazgo de la sociedad con la política tradicional se ha canalizado en Argentina hacia un liderazgo que deja el país a los pies de los caballos. Brasil también apostó hace cinco años por un salto sin red al llevar a Bolsonaro al Palacio del Planalto. Su mandato coincidió con la pandemia y el país lo sufrió en sus propias carnes con más de 600.000 muertos por su pésima gestión. También se resintió la Amazonía, el pulmón verde del mundo, con las políticas extractivistas de su Gobierno.
Economía y seguridad
La economía y la seguridad son los dos ejes sobre los que gravitan las preocupaciones de la mayoría social latinoamericana. Años de violencia indiscriminada han llevado a los salvadoreños a entregarle un cheque en blanco a un autócrata como Nayib Bukele. Su régimen de excepción ha exterminado las pandillas (las peligrosas maras). A cambio, se ha cobrado el control de los tres poderes del Estado y la potestad de pisotear los derechos humanos más básicos. Pese a ello, tiene prácticamente asegurada la reelección en febrero de 2024.
La izquierda mira impasible estas primeras expresiones de democracias iliberales en la región. Hoy son mayoría los gobiernos progresistas (México, Brasil, Chile, Colombia, Bolivia y Honduras, entre otros) pero la correlación de fuerzas entre el progresismo y el conservadurismo varía con más rapidez que en el pasado. Argentina, Uruguay y Paraguay cuentan con presidentes de derechas.
Ecuador también se mantuvo en ese lado de la balanza tras las elecciones de octubre con el triunfo del joven empresario Daniel Noboa, hijo de uno de los mayores magnates del país. Y en Perú aguanta, contra viento y marea, Dina Boluarte, quien se quedó, sin que nadie le votara, con el bastón de mando tras la esperpéntica caída en desgracia del presidente progresista
La inestabilidad del tablero político latinoamericano ha venido acompañada de una economía que no repunta
Venezuela ha emitido algunas señales de cambio en 2023 tras un acercamiento de posturas entre el chavismo y la oposición con la aquiescencia de Washington. El año que viene deberían celebrarse elecciones presidenciales, pero antes habrá que despejar una incógnita.
María Corina Machado ganó en octubre las primarias de la oposición, pero su inhabilitación le impide presentarse a unos comicios nacionales. Al presidente Nicolás Maduro le preocupa la alta popularidad de esta dirigente del ala dura de la disidencia. La añorada normalización política del país puede depender de la decisión que adopte el Gobierno bolivariano al respecto.
La inestabilidad del tablero político latinoamericano ha venido acompañada de una economía que no repunta. Según el último informe de la CEPAL (Comisión Económica para América Latina y el Caribe), la región apenas creció un 2,2% en 2023 y se prevé una desaceleración hasta el 1,9% para el año que viene.
Para el secretario ejecutivo de este organismo, José Manuel Salazar-Xirinachs, Latinoamérica sufre un "síndrome" de bajo crecimiento desde hace tiempo. En su balance preliminar del año, la CEPAL recuerda que se requieren "políticas que permitan una mayor inclusión y la reducción de las grandes desigualdades que caracterizan a la región". Un deseo que se topa con la irrupción de los nuevos populismos de ultraderecha.
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