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Aprobó el examen a la segunda y se convirtió en la primera mujer española con carné de conducir, concretamente un Ford T con matrícula LE-934 que remitía a su origen, León. Corría el año 1925 y, tras aquel hito, aquella mujer nacida en Puebla de Lillo en 1904 estaría llamada a ser de nuevo una pionera sobre ruedas.
Catalina García obtuvo la concesión de una línea de buses, hasta entonces un coto exclusivamente masculino, aunque previamente había carretado a sus vecinos hasta Boñar en un coche de propulsión mular. Como no tenía caballos, bien valían las mulas, pese a que uno de sus hijos recordaba que era tirado por bueyes. Con los años, cambiaría los animales por un bus de Hispano-Suiza para el transporte de pasajeros con placa LE-1634.
"En aquella España de 1925, ver a una mujer al volante de un automóvil era un hecho infrecuente. Y ver a una mujer conduciendo un autobús de pasajeros [en 1928] era, sencillamente, algo que no había sucedido nunca", escribe el periodista Isaías Lafuente en el libro Agrupémonos todas. La lucha de las españolas por la igualdad (Aguilar).
A cambio de la licencia, debía ejercer de cartera —sin remuneración— en las localidades que atravesaba la ruta, cuyo destino era Boñar. Además, hacía favores a sus paisanos, surtiéndolos de medicamentos que compraba cuando echaba el freno. Desde que salía al sol hasta que se ponía, nunca paraba de trabajar, con una única pausa para comer en su pueblo.
Sudó la gota gorda desde niña y compaginó su trabajo como conductora de autobús con el de la pensión familiar, que no podía llamarse de otra forma: Casa Catalina. Además de las tareas de la fonda, se encargaba de las de su propio hogar, donde alumbró a seis hijos, por lo que con su crianza podríamos decir que tenía cinco empleos, aunque no cobrase por todos.
La dureza de su vida y del montañoso itinerario del bus proporcionó decenas de anécdotas. El periodista Fulgencio Fernández ha recopilado algunas en dos libros, donde recuerda que le daba el pecho a uno de sus críos durante el trayecto. En una ocasión, dejó al bebé Lino en casa de unos familiares mientras hacía los recados que le habían encomendado.
Un temporal de nieve dejó aislado al pequeño en el domicilio de sus parientes, un encierro que se prolongaría casi un mes. "A la hora de marchar, vieron que era un peligro llevar al niño, pues el temporal arreciaba. La buena de Catalina no pudo regresar a verlo y amamantarlo hasta pasados veintiséis días, pues la nevada fue de consideración", escribe el redactor de La Nueva Crónica en la obra Personajes leoneses, también esbozados por la pluma de David Rubio.
"Fueron tiempos duros. En el coche, la cabina de los pasajeros estaba cerrada, pero el asiento del conductor era un mero pescante, abierto, protegido tan sólo con un parabrisas y unas cortinas. Eso, en la montaña de León y en invierno, era insoportable", describe Lafuente, quien subraya que las doce plazas debían ser ocupadas para que la carrera resultase rentable, pues podía tener la mala suerte de que se subiesen guardias civiles o peones camineros, con derecho a viajar gratis.
Era una luchadora, como demuestra la insistencia para hacerse con una línea regular de autobuses hasta Boñar, que no podía partir de Puebla de Lillo, ya que esa concesión fue otorgada a la Empresa Fernández. "Batalló con ahínco porque no se la querían dar, pues también la había solicitado una compañía con experiencia en el sector", explica a Público el periodista leonés. "Como era decidida y valiente, no se dio por vencida y se la tuvieron que otorgar, si bien la suya partía de Cofiñal, un pueblín de montaña a seis kilómetros del suyo".
En el libro Pioneras y leonesas, Fulgencio Fernández explica que, pese a los trámites realizados y las tasas abonadas, la ansiada concesión del transporte de viajeros entre su pueblo y Boñar se retrasaba. ¿El motivo? "Competía por ser titular de aquella ruta con otras empresas de hombres, pero no se rendía fácilmente. Lo peleó tanto que se llegó a una solución salomónica: se creó otra línea, la Cofiñal-Boñar, para no importunar demasiado a los más poderosos y permitir que Catalina hiciera valer los derechos que le asistían".
Una trabajadora infatigable
En 1934 vivió de refilón la Revolución de Asturias, lo que le permitió ser la primera persona que difundió en su comarca la noticia de la insurrección. La pilló un 5 de octubre en León, en plenas fiestas de San Froilán. "Se había desplazado hasta la capital porque aquel día se celebraba un campeonato de lucha leonesa, al que acudía gente de toda la provincia. Sin embargo, nada más llegar a la ciudad le incautaron el bus, que recuperaría después en Mieres con varios disparos en la chapa", rememora Fulgencio Fernández.
Los aluches no pudieron disputarse, entre otros motivos porque los trenes que partían de la estación de Guardo nunca emprendieron la marcha. Allí se quedaron plantados los luchadores de la Montaña Palentina, donde había mucha afición a esa disciplina deportiva. Catalina se las arregló para regresar a su pueblo, donde se hizo eco de una página de la historia salpicada de sangre, pues la revuelta fue sofocada por el Gobierno, con el resultado de cientos y cientos de mineros muertos.
"Todo el mundo la recuerda, incluso hoy. Encarna el prototipo de una generación de mujeres olvidadas y desconocidas. Fueron unas trabajadoras impresionantes y así se entiende cómo nuestra provincia pudo salir adelante", afirma el periodista leonés. Ella conducía el bus y regentaba la fonda, cuyas doce habitaciones eran frecuentadas por algún peón caminero y, sobre todo, por los currantes de las minas de talco de San Andrés.
A todos les preparaba el bocadillo, les daba cenar y les lavaba la ropa, cuando la ropa se lavaba en el río o en el lavadero del pueblo. "Añádale criar a seis hijos y entenderá que Catalina García fue mucho más que la primera mujer conductora de autobús, que también", escribe Fulgencio Fernández en el libro Pioneras y leonesas. Lafuente señala en cambio que sus vástagos sumaban siete, una boca más que alimentar, y que entre los huéspedes en invierno había viajantes y tratantes.
Su marido —quien le había dado permiso para sacarse el carné, o sea, la "licencia marital" que dictaba la ley— trabajaba en la mina y cuidaba del ganado. "Una economía mixta propia de los pueblos, aunque ella llevaba la pensión prácticamente sola. Era muy conocida en la comarca por su valor y por su capacidad de sacrificio desde niña", añade su biógrafo, quien recuerda sus inicios como conductora de un carrito tirado por un burro colmado de truchas.
Isaías Lafuente va más allá y señala en Catalina llevó el progreso, uno de los capítulos de Agrupémonos todas, que aquella hija menor de cuatro hermanos pescaba con catorce años los primeros ejemplares de la temporada antes de que se levantase la veda. Luego, según su versión, los llevaba a lomos de un caballo hasta la estación de tren de La Robla, situada a cincuenta kilómetros de su pueblo. Quizás los facturase en el ferrocarril de Boñar, con lo que se habría ahorrado la mitad del trayecto. El destino del pescado, en todo caso, era Madrid. Y el objetivo de ella, decidida y emprendedora desde tan joven, era sacarse unos cuartos.
El último viaje de Catalina
"A las siete y media de la mañana salía el primer autobús de viajeros para Boñar. Regresaba con el correo antes de la hora de las comidas. A las tres de la tarde partía de nuevo para llegar al tren y, de nuevo, regresaba antes de la hora de las cenas", detalla Fernández en Personajes leoneses. Durante el trayecto, hacía una veintena de paradas para repartir el correo y entregar la mercancía que le habían pedido los vecinos y, ya en Cofiñal, la correspondencia restante en la estafeta.
Con el paso de los años, Lino la relevó en el volante y ella ejerció como cobradora, al tiempo que seguía regentando la posada, explica el periodista leonés. Su colega Lafuente, en cambio, afirma en su libro que fue su marido quien condujo el autobús, mientras que su hijo trabajó como camionero. La versión del autor de Pioneras y leonesas, que no tiene por qué ser contradictoria, aporta dos curiosidades. Lino terminaría empleado como chófer de la Empresa Fernández, con la que su madre había disputado la concesión de la línea, y casado con la hija del encargado de recibir el correo en Cofiñal.
Las diversas fuentes de las que mana esta historia también titubean a la hora de fechar el último viaje de un bus que desafiaba la nieve incesante y la tortuosa carretera. Su protagonista vendió la línea en 1948 o en 1958, por lo que en el segundo caso sumaría treinta años como concesionaria de la ruta. Pese a que había pasado a manos de otra empresa, durante largo tiempo aquel autocar siguió siendo conocido como el coche de Catalina.
Un cáncer se la llevó a una edad temprana, justo un año después de deshacerse de la línea. Tenía cincuenta y cinco años, aunque hay quienes datan su nacimiento en 1888, lo que la llevaría a la tumba con setenta. Poco importa, porque su legado es el mismo: no pasó a la historia como pescadora de truchas, ni como hostalera, ni como cartera, ni como recadera, ni como cobradora, ni como madre que se afanó para criar a sus seis o siete hijos, sino como la primera mujer que sacó el carné de conducir en España, condujo un coche, logró la concesión de una línea y se aferró al volante de un autobús.
"Sin embargo, el silencio en el que vivieron mujeres tan sacrificadas no se corresponde con el recuerdo que dejaron. Las ha habido singulares, pero ella fue especial", concluye Fulgencio Fernández, quien ha dejado constancia de sus hitos en los citados libros, publicados por El Mundo-La Crónica de León y La Nueva Crónica. "En su caso, su huella es imborrable: la fonda de Catalina, el bus de Catalina y, por supuesto, Catalina".
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